martes, 30 de noviembre de 2010

Smashing forever!

Un viejo y melódico solo de guitarra y el indicio de algo muy conocido, idílico de un comienzo de primera, Today is the greatest day I've ever known... la aparición de un costado de una espigada figura con la cabeza cubierta por un poncho disimulando la calvicie del genio Billy Corgan y un juego de luces espectaculares, el jubilo desprendiéndose de la gélida noche de Jueves y la multitud esperando corear a como les salga el spanglish tras la espera de más de 4 horas.
Los saltos de vaiven y las cámaras imposibilitadas de captar tomas fijas. La noche fue tomada por asalto.

Fueron llegando una tras otra de manera intercalada, hits de éxito y otros de ultratumba, un set list ideal salvo por la excomulgación de un par de himnos generacionales como 1979-perfect o Mayonaise, entre otras.
La ausencia del mago de las baquetas, Jimmy Chamberlin, fue bien compenzada con un novel pero brillante y sorpresivo muchacho de 19 años llamado Mike Byrne, que se robó la noche con sus desgarradores y casi trasheros solos de drum, y un par de guitarristas limitados, pero puntuales y correctos. Y Corgan comiéndose, literalmente, la guitarra solista, desconciendo los oidos de inpávidos noctámbulos hambrientos de rock de menú. Y menú de carta a precio de pensión, que solo un cheff de talla francesa como el genio de Billy Corgan puede otorgar.
Bullet with Butterfly wings levantó a todos de su metro cuadrado y Zero les dobló los talones. Todos exhaustos pero pidiendo más.

Una noche soñada, una vía de catártis a tanta mierda revuelta en el entorno, las remembranzas de una época gloriosa, unos a otros mirándonos los rostros, desconocidos abrazándose, coreando temas que definieron etapas y marcaron vidas, las manos al cielo en agradecimiento, el sudor goteando dejando su marca en el grass junto a la espuma de levadura.
Las miradas cruzadas, las ganas de guerra tibia a punta de buen rock, de chicos como yo, como ellos, compartiendo un mismo gusto y una sola forma. De una época que alguna vez fue, y que será contada luego.

Lo que el rock puede lograr al univerzalizar un simple sonido en un precepto obligado. Abordando el recuerdo, la adolecencia, del jean rasgado, los vaqueros a las converse sucias. La libertad a flor de piel dejándose ver por lágrimas cayendo a golpe de felicidad.  
La apoteósica Tonigh tonight de cierre y la incertidumbre de, si abandonar el recinto o esperar con fe el regreso por algo más de Smashing. Como intuyendo que algo más le faltaba al menú, el postre, la yapa. Cinco minutos coreando el nombre de Billy, pedidos en el aire como el de Rocket o Siva, rogando casi de rodillas el regreso a la escena. Las palmas arriba y las lágrimas ya secas pero con los surcos sobre las mejillas manchadas de rabia y evocación.


Ese sonido dispar pero ensordecedor de gente que habla con las palmas pidiendo más del genio, pidiendo un par de deseos más, Corgan regresando, tomando tu espada acariciándonos con Disarm a semi capela y rompiendo los tímpanos luego con Heavy Metal Machine. El encore bonus track soñado de un set list a la altura, pero que igual deja la miel en los labios, quizás demasiado para un escenario minúsculo para la magnitud de tal agrupación y la exigua asistencia de gente que hace pensar en el mal gusto del peruano por el buen rock, máxime si la banda americana está tan vigente como nunca. De una banda que grita al cielo reclamando el verdadero sitial del rock, que ha sido prestado a pubertos ansiosos de pop virúlico que pronto acabará.

Gracias Smashing Pumpkins por una noche inolvidable.


Mis favoritas:

1. Starz
2. United States
3. Tonight tonight
4. A song for a son
5. 1979
6. Disarm
7. Where boys fear to tread
8. Stand inside your love 
9. Ava Adore
10. Bullet with a Butterfly wings
11. XYU
12. Soma
13. Thirty Three
14. Zero
15. Here is no why
16. Galapogos 
17. Disarm
18. Mayonaise
19. Heavy metal machine
20. Muzzle

lunes, 29 de noviembre de 2010

Déjalo


Un año pensando que las letras pueden seducir
y aunque cierto
un día también, para saber que las letras también matan

Por desilusionarte en el intento,
por disfrazar mis errores tras los tuyos
por aferrarme a hacerte creer que eres para mi

Que todos hemos lastimado..... alguna vez
Que todos hemos llorado.... alguna vez

Todos.
Pero no lo haremos más.

Eres ilusión sin embargo me siento real
el miedo se prolonga en la nada
el sonido no acaba
tampoco el amor

Mundo ausente VI

El olor de la lluvia caer se asemeja al del incienso al apagarse, parece hacer arder la mucosa hasta adormecer los vellos. Esas lluvias feroces que solo se ven en esta parte del país acompañan día a día estas tierras, bañando de gloria y revancha un pedazo de población que parece vivir sumergida en una edad de bronce. Donde los jóvenes son tan inocentes como niños y los niños tan audaces como colibríes.

La lluvia nos daba prisa, el agradecimiento por aquel nutritivo almuerzo y la ansiedad por ver el nuevo paisaje borrascoso nos llevo a ponernos de pie casi al mismo tiempo, despidiéndonos de los demás en la mesa.
-Don Eleu, gracias por todo esto, aunque déjeme decirle que, vamos a venir todos los días a comer sus reses, la comida estuvo muy buena, gracias- expuso irónicamente Santos, arrancando una sonrisa del duro rostro del viejo, y también en los demás.
Antes de que todos quisieran expresar algo más -las evidencias del cañaso eran bastante obvias- replicamos pidiendo disculpas, aduciendo que el tiempo juega en nuestra contra. El señor Eleuterio nos dijo que al día siguiente nos prepararía un ambiente especial para dormir. En tanto esta noche, deberíamos ingeniarnos en el local comunal armando nuestras tiendas. Solo por una noche, o quien sabe.

Quien lo diría, nos empezaba a gustar este peculiar entorno. El paisaje, su gente, sus costumbres. El espejo de una sociedad preocupada en el mañana y no en el hoy. Que olvidó su ayer.
José nos condujo al local comunal, es decir, al otro lado de la casona de Eleuterio. Entramos rapidísimo de lo contrario la lluvia nos empaparía en solo cinco segundos. Nos basto dos para salir y entrar a nuestro improvisado dormitorio.
El desorden propio de un grupo con ansias de descanso. Olíamos muy mal, pero en ese momento era imposible pensar en aseo de cinco estrellas. Era el frío goteo de lluvia por la ventana o esperar al día siguiente a la orilla del río con agua más congelada aún. Uno a uno nos despojamos de esos sucios ropajes, acomodando las tiendas y carpas. La tienda de Hebert era para 3 personas, pero yo no estaba dispuesto a ir con él (tenía fama de ser un poco desaseado). Yo tenía mi tienda personal más un sleeping aunque algo viejo, muy confortable.

-Por la puta madreeeeee- gritó Santos desde un costado. Resulta que en su cajetilla de cigarros solo le sobraba uno, los demás ya no tenían, y yo tampoco. Con esa lluvia nadie saldría a la bodega por más cigarrillos, eso se entendía al escucharlo rugir de ira. Tan pronto como se terminó de armar las tiendas acercamos a nosotros otros enseres que podrían ser de utilidad, linternas, agua y repelente. Cargamos las radios, los gps y demás artículos electrógenos. Aunque era temprano, era mejor dormir y sacarle el máximo provecho a la mañana, había mucho que hacer.

-A mala hora se jodió esa puta camioneta- Comentó en voz alta Lucho, ya a oscuras y alojados en nuestras tiendas.
-No pierdas la esperanza Luchito, quizás el lunes venga la camioneta, solo fueron los frenos- respondió Santos, tratando de calmarlo. En realidad terminamos riendo, era recién Martes.
Estábamos jodidos, echados a nuestra suerte.

Normalmente mi cuerpo habituado a dormir a altas horas de la noche, producto de mi añejo insomnio se dejó seducir por el apocamiento y casi sin acomodarme mientras pensaba en la cámara perdida y los paisajes en él, en la camioneta y en la batería de mi celular que olvidé traer, quedé dormido al ritmo de goteo cayendo en las tiendas, resbalando por ella, sonando a lágrima perdida al caer en el piso. 

El día llegaría rápido. El sonar de los viejos camiones y unos tímidos rayos de alba penetraban por entre las rejas y el plástico tenso. El olor a humedad y hielo seco. Nos esperaba un día de treinta horas. José nos esperaba afuera del local, con las llaves en las manos. El cancerbero de un cónclave de miércoles. Un miércoles con poca neblina, ideal para avanzar tanto como se pueda.
Salimos listos cada uno con sus cosas, nadie quedaría en el local, Heberth, Santos y Ernesto irían a levantar toda la zona,Lucho y yo a convocar a una reunión a los comuneros de los caseríos aledaños. Es decir, una nueva caminata.

Armados cual batalla, picos en mano, sombreros, lentes, chalecos, polares, agua, y una mochila con algunas cosas y mucho material publicitario. Seis de la mañana, teníamos tiempo para un desayuno improvisado e ir por la bodega a por cigarros y leche fresca. La brigada de Santos y los demás marchó presurosa hacia el sur, seguramente en el camino encontrarían donde comer algo. Lucho y yo, con algo menos de prisa fuimos conversando entre otras cosas de la molestia de realizar una labor que no era nuestra competencia, por el solo hecho de no tener una buena relación con el jefe de ingenieros de aquel entonces. En su intento por desterrarnos a una tierra donde supuso que nos iría peor que mal estaba consiguiendo adherirnos a ella de forma poco comprensible. En su afán por aguarnos la temporada descubrimos que, en estas tierras había algo más que dígitos calculados y medidas perimétricas. Era ir por otra dimensión a un mundo dentro de otro como satélite cobrando peaje por cada vuelta de sector. Aprendiendo de ancestrales constumbres, escapando de la modernidad, comprendiendo la forma de la somos parte y el telar que vestimos tras una piel manchada en diversidad de colores pero con el mismo reverso, la misma sangre, los mismos derechos.
Caminamos en silencio, subiendo pendientes, pisando roca y mascando tranquilidad. Salpicando tras la ruta polvo y barro. Mirando el esplendoroso paisaje que nos regala Dios para no perder la esperanza y demostrar de que estamos hechos.

Llegando a una pequeña curva un túmulo de polvo anunciaba el acercamiento de algún vehículo, era Don Pedro y la camioneta que nos ofreció la tarde anterior y que no habíamos tomado en cuenta. Fue una avalancha de alivio y las súplicas escuchadas.
-Par donde van inges- preguntó el viejo comunero, uno de los más acomodados económicamente de la zona.
-En dirección a Ayamashay maestro- respondió el che, señalando por entre un montículo de vacas que se aglomeraron por la senda a seguir.
Tomó sin pedir permiso el enorme mapa que llevaba conmigo y lo expandió en la capota de su negra camioneta, que parecía blanca por el barro seco.
-Es aquí donde deben ir, son casi 8 kilómetros, caminando tardarían algunas horas- dijo en tono desalentador, en tanto miraba de reojo a Lucho, buscando una rápida réplica, una conciliación.
-Carajo, es mucho tramo, ¿no pasan por acá los camiones?- preguntó Lucho, como dejando espacio a una respuesta servicial.
-¿Saben conducir?- preguntó don Pedro
-Si, pero no tenemos brevete- respondió rápidamente Lucho.
-Acá esos papeles no sirven inge, tomen la camioneta pongan sus cosas allí, hay mucho combustible así que no se preocupen, yo iré al cacerio a mediodía y luego nos vamos a almorzar a un lugar que conozco allá abajo- Finalizó.

Fue la mejor respuesta que escuchamos en toda la jornada. Lo que no sabía don Pedro era que, ni yo ni Lucho éramos expertos conductores, por último, ni amateurs.

martes, 23 de noviembre de 2010

Mundo ausente V

(V)

Don Eleuterio esperaba de pie en la fachada de su casa. Santos a un par de metros de el, fumando el característico cigarrillo. Los chicos y yo apresuramos la marcha, o quizás fue la inclinación de la pendiente y el efecto de la gravedad. Lo que fuese, el hambre era incontenible. Llegamos y saludamos, don Eleuterio nos dio la bienvenida con un desabridísimo y un tanto displicente "que tal". El tradicional tipo reacio de la sierra, contrapuesto a la amabilidad del joven Uyurpampino. Pero ni modo, debíamos quedarnos en su casa.
Alguna vez el viejo patriarca fue alcalde así que, ese era indicativo de que estábamos al menos, en buenas manos. Nos hizo entrar, una bodega bien surtida, un teléfono satelital y muchos perros caminando. Pasando ese ambiente un amplio patio con otros ambientes detrás de el. La casona del viejo Eleuterio era grande pero cual corral, repleto de animales.

Caminamos tras el viejo camino al ambiente que parecía ser el comedor. Algunas tusas regadas por el piso y los perros mascándoselas, mucho humo y como no sentíamos hace días, calor y ganas de dormir. La esposa del señor Eleuterio se presentó sola, nos invitó a sentarnos en tanto terminaba de preparar los potajes del día. Por el olor daba la impresión que se trataba de alguna res y el infaltable cañaso. Se estila en esas zonas a que los moradores comparten con sus visitas sus creencias y costumbres, y la comida es parte fundamental de ello. Dejar más de la mitad del plato o poner cara de asqueado es el peor pago que pueden recibir, así que habría que comer a la fuerza si era necesario.
Aquel comedor era amplio y la mesa en ella igual de enorme. Lo que no sabíamos es que otras  personalidades de la zona y autoridades sería parte de ese almuerzo.
Las fiestas en la sierra suelen durar más de una semana. Y aunque cálido y acogedor, en la casona aún se sentía frío, empero dos vasos de cañaso fueron suficientes para disipar el frío. Ahora nos quitábamos los polares y todo lo que considerábamos innecesario. Esa bebida hacía mérito de la fama que la precedía, calentaba en cuanto se le ingería.

Fueron llegando uno a uno, venían desde caserios aledaños como Laquipampa, Uyshahuasi, Romero y Ayamashay. En realidad ese simple almuerzo que esperábamos era un festín de carnes y potajes típicos de la zona. La mejor oportunidad de los lugareños de exhibir sus platos. Recordando el jolgorio de los comuneros la noche anterior. Y aunque sonara mal, sin ser quienes ellos esperaban, nosotros terminaríamos siendo jueces de aquella feria. Seguro eso hacía pensar que recibiríamos la mejor atención.
Los saludos de camaradería correspondientes, y los platos llegando a la mesa. Sopas de borrego, caldo de bolas, estofado de res, cancha, queso, entre otros potajes eran parte de aquel buffet. Definitivamente el avant garde de toda la estadía.

Supusimos que el hambre nos haría quedar mal, terminamos en cuanto repartieron las comidas, pero nos sirvieron ración doble. Tenía que codear al resto para evitar que se coman todo lo que nos habían servido y en cuanto lo hice el viejo Pedro que estaba frente a mi intervino dicíendome que comamos sin tener vergüenza. Con autoridad plena y la confianza dada, mis compañeros se encargaron de dejar a los perros sin comida. Bueno al final,tanto maltrato en el sendero y los desfiladeros valió la pena. Nos esperaban unas semanas terribles.

Uno de los invitados en la mesa, un comunero de Laquipampa se ofreció a prestarnos la camioneta de su finca hasta que la empresa envié a la móvil que debió haber venido con nosotros. Algunos problemas mecánicos hicieron que, nuestro no planificado recorrido tenga algunos inconvenientes y algunas bajas, como la cámara y un par de sombreros. Aunque aún intactos, éramos consientes que nos esperaban dos semanas largas y tediosas y cualquier actitud servicial sería bien recibida. Aceptamos rápidamente, procederíamos entonces a subdividir el grupo en razón a la propuesta de aquel gentil señor, un grupo residirá en Uyurpampa y el otro hará las veces de posta, haciendo el trabajo sucio de levantamiento topográfico, como haciendo un poco de runnig, muy característico en la zona. Eso se podría discutir después, la reunión en la mesa era amena y pintoresca.

Se dejan escuchar viejos balines golpeando las calaminas en los techos. Ha comenzado a llover.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Mundo ausente IV

 (IV)

La altura te otorga una ventaja: ver las cosas desde otra perspectiva, al menos desde allí todo luce más pequeño. Pero también la ineludible desventaja de soportar el calvario del soroche y sus síntomas. Y esos benditos cigarrillos ya había hecho añicos de nosotros. Apenas y respiramos; no faltaba mucho, sin embargo me sentía perecer. El esfuerzo evidente de Lucho desde arriba era cada vez más inútil, las distancias entre uno y otro no eran las correctas y nuestra postura corporal inapropiada, apenas faltaban unos metros y eso parecía no importar, simplemente llegar.
Un último resbalón del pequeño Ernesto y el jalón sintiéndose desde la soga que sostengo con ardor y tembladera es el anuncio de que por fin tocamos tierra lisa. Uno a uno bajando a como podían y Lucho con el alma entre los dientes. Reposamos sentados en nuestro sitio acomodando las cosas, embarrados y tratando de beber algo de agua que conservamos en algunas botellas. A golpe de mediodía y sin población a las afueras, un parque sin vegetación ni columpios, más estiércol de caballo, un profundo olor a frío civilizado y la pena por la cámara enterrada bajo el río.

Estábamos habituados en todas esas horas de viaje en camión y ardua caminata a contemplar el paisaje desde lo alto y lo bello que luce todo desde allí, pero desde el parque la vista seguía siendo maravillosa. Parecía que al contacto con los bloques de cemento la niebla se clarificaba y el alma regresaba al cuerpo. A todos salvo a José. Ya con algo más de aire nos pusimos de pie con las cosas atadas a las sogas y con unos troncos debajo como emulando viejas ruedas, para engañarle al terrible peso de aquellas pertenencias. José señaló con el dedo hacia el oeste.
Allí está el local comunal, y más a ladito la casa de don Eleuterio, donde se van a quedar, ya conversé con el...
y prosiguió: Esperé acá Inge— mirando a Santos voy a ver ayuda para que lleven sus cosas.
Volvimos a sentarnos limpiándonos al vuelo la ropa embarrada, las botas y sacudiendo los sombreros. El hambre era ahora una necesidad tan básica que nos devorásemos en el acto una vaca si era necesario. Santos y Lucho seguían comiéndose los cigarros y Ernesto y yo apenas y respirábamos. Esperamos presurosos el regreso de José y la ayuda. Vimos a lo lejos una especie de carretilla y dos personas a pie al costado de un caballo, o algo parecido. Nos paramos rápidamente, cogimos el equipaje y aguardamos. José nos presentó al señor que se ofreció con el vehículo, aunque no recuerdo el nombre se que no hablaba el idioma, como la mayoría en la zona, y que el quechua seguía siendo su lengua matriz, pero entendió nuestros gestos de agradecimiento. Subimos las cosas rápidamente atamos las sogas otra vez y aseguramos el cerrojo posterior, nosotros seguiríamos a pie, solo eran unos metros. En ese avance paso a paso notamos que no éramos los únicos, los pobladores en sus casas haciendo las rutinas culinarias propias de la hora, las vacas tragando pasto y algunas ovejas trasquiladas paseando por entre el fango y los gallinazos merodeando alguna presa desfalleciendo o quizás el anuncio de nuestra muerte. Una tonta reflexión de una mente falta de alimento. 
Llegamos al local comunal, era amplio y al parecer tuvo uso el día anterior, las evidencias de una festividad eran más que obvias: restos de queso tirado en el piso revolcándose con el polvo, globos reventados colgando de hilos mal atados y un terrible olor a cañaso y coca. Sin decir nada mas de lo que se pensó y que seguramente pasó por la cabeza de todos los demás al entrar a ese lugar, José tomó la palabra explicándonos que, efectivamente la noche anterior se había desarrollado la fiesta típica de Uyurpampa, es decir, su aniversario. Mientras lo hacía colocamos nuestras pertenencias en una esquina amplia encima de una enorme mesa y debajo de ella, cubrimos todo con unas mantas impermeables y cerramos el ambiente con candados hasta el día lunes que iniciemos la jornada encargada, y el motivo del peregrinaje. Ahora sin peso de impedimento y sin temor a la altura sólo había que hacer algo, llenar el instinto básico de supervivencia: comer. Y luego de eso dormir para revivir neuronas. 

Salimos del local, José y Santos fueron a ver a Don Eleuterio para las coordinaciones de la posada y la comida en tanto los demás fuimos a caminar por la zona. Ya para eso teníamos con nosotros las cosas de mayor utilidad: radios, gorros, protectores solares, lentes de sol, polares y mucho cigarro.
Los pobladores nos dan la bienvenida, las más jóvenes luciendo con orgullo los trajes típicos de la zona (krusmas y anukus, que vienen a ser como blusas y faldas respectivamente) atuendos perfectamente manufacturados. Saludando nuestro caminar con las manos en alto, interminables sonrisas y mucha gentileza, nos hablaban en ambos idiomas, los lugareños se hicieron bilingües a golpe de modernidad, por no decir obligatoriedad. Pero, aunque bilingüe, Uyurpampa, al igual que toda la serranía de Incahuasi y Cañaris es una población con altos índices de analfabetismo y pobreza. Normalmente se hacen campañas de ayuda a esta comunidad que ha recibido la espalda de todo un país. Y aunque la gente es muy gentil aún es muy apreciable la indocilidad de algunos otros pobladores, sobretodo hombres y ancianos. Algunos nos miraban con recelo e incomodidad, como recordando la invación peninsular en tierras incaicas. Los uyurpampinos llevan viva en su sangre y su lengua las raices de una cultura de la que no se avergüenzan y que deberíamos adoptar con orgullo e impetu. Eso dicen sus miradas que castigan de reojo, miradas que jalan las pestañas y agraban la melancolía.
Continuamos en silencio, estudiando nuestro nuevo hogar con algo de temor y sigilo. El camino siempre estrecho empolvando nuestros rostros cada vez que pasaba algún camión por nuestro costado y la abundante vegetación cosquilleando era típico en el andar. Miramos atrás para ver que tanto estábamos alejándonos y en realidad apenas y caminamos el equivalente a dos cuadras. Las radios suenan, Santos quiere que nos reunamos en la plaza a la brevedad. Era hora de almorzar.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Mundo ausente III

(III)

Dentro de mis pesadas botas se podía sentir la sudoración recorriendo mis talones y mis dedos comprimidos pidiendo ayuda. El cansancio era tiránico, peor por la prisa en nuestro andar. Por increíble que pareciera, José y sus amigos no dejaban de hablar, reír y pasarle al machete a la malesa sobresaliente en el camino. Todo como si nada, una rutina tan sencilla para ellos como era para nosotros el comer o el respirar. Bueno no tanto el respirar a más de 1 500 metros sobre el nivel del mar era muy complicado. Adecuados totalmente a su forma de vida.

El avance era cada ves más pesado, el sendero se hacía más erguido y para llegar al río había que descender por una especie de quebrada y una espesa vegetación y claro, enormes rocas por doquier.
Llegamos a una especie de intersección, por no decir cuello de embudo. Desde la planicie de ese cruce se apreciaba la magnitud de los cerros que encerraba tanta vegetación de palo seco y roca muy caliente. El lugar perfecto para escapar del frío y contemplar ese habitat. Frente a él, el inmenso río tan bravo como translúcido. Por los costados de las lomas, pequeñas pero largas trochas y callejones, algunas casuchas que parecían colgados con clavos y mucho ganado disperso. Casi por un costado y mirando hacia abajo, el enorme abismo envuelto en una niebla realmente espesa y blanca recorriendo nuestros pies. Y los efectos del frío saliendo de nuestras bocas, un humo denso y fúnebre.
Me tomaba las rodillas mientras trataba de reponerme. Beber un poco de agua pura del río implicaba un esfuerzo más. Un verdadero sacrificio.

Dejamos nuestras cosas otra vez, había que ir a "pata pelada" y con los caballos cerca, los comuneros delante a manera de guía y mucho cuidado de no patinar. Nos inclinamos para desamarrarnos las botas, casacas y guantes. Si caíamos al agua era enfermarse inmediatamente. Calculo que ese río circulaba agua a menos de 5°. Bebimos como pudimos de la parte más alta para que los caballos beban del agua contra corriente. Nos lavamos ligeramente, nunca había sentido un agua tan helada, que mi lengua parecía retorserse por mi nariz y las manos estaban tan duras que dolían.
—Hay que apurarnos, más allasito esta la bajadita a la plaza— dijo Don Anselmo, aparentemente el mayor de todos. Lucho, el más irreverente de mi grupo se sacó el pantalón intentando bañarse. Era de no creerse, permanecí sentado entre las rocas mientras apreciaba una de sus tantas locuras. Lucho es argentino pero vive muchos años en el país y es un tipo decidido y aventurero, además de ser medio descocado. Por supuesto nadie lo siguió, esa idea descabellada solo podría surgir de el. Y se metió al río. Realmente estaba loco, todos reíamos moviendo la cabeza de lado a lado.
—El gallo no cambia— dijo Heberth, el chino, que se notaba moría de ganas por hacer lo mismo, de alguna forma estaba casi igual de loco que Lucho. Pero el frío lo contuvo. 

Ahora eramos presa del hambre, ese río nos había energizado a punta de frío y ansiedad. Ahora el hambre nos haría avanzar hasta llegar a nuestro destino. La plaza Uyurpampina.
Retomamos la senda, bordeando el río para agilizar el paso y cortar camino. Pero allí cerca al agua el frío era más rígido. Metí la mano a mi bolsillo lateral saqué una cajetilla de Camel y fue como una bendición. Curiosamente nadie pensó en cigarrillos en toda la ruta, siendo lo primero en que debimos pensar. El problema era que nadie cargaba un encenderor consigo. Pero el tema de los cigarrillos ya era prioritario asi que, si era posible había que desmantelar todo el equipaje hasta encontrar algo con que hacer fuego. Unos fósforos húmedos y con apenas cuatro palitos fue lo que encontramos en las pertenencias de Santos. La desesperación era incontenible, y al primer inhalo de alquitrán y la respuesta inmediata de plétora. Como niños comiendo caramelos en Halloween.
Continuamos la ruta. Los comuneros debían desviar su andar, pero con José bastaba y sobraba, aunque habíamos obviado algo importante: el peso de las cosas a cargar. Aunque no faltaba mucho, el beber agua y fumar para contener el frío nos devolvió las fuerzas para terminar. Nos despedimos. Tanta gentileza y desinterés en la gente ya no se ve en la ciudad.


Ahora éramos como al inicio, cinco, y mucho peso que transportar. Por el extremo del río logramos apreciar un paisaje inenarrable. El despeñadero dejaba ver en el fondo de el, la silueta del río y su confluencia con las quebradas y acequias, como una canasta de serpientes y manzanas. Las copas de los árboles moteados y las rocas conteniendo la majestuosidad de aquella forma fascinante. Nuestra vista se centró en ella y no nos percatamos que la plaza y el pueblo yacían unos metros antes de ese cónclave de serpientes celestes. Un verdadero requiem. Aprovechamos en sacar algunas tomas en la cámara.

Nos pusimos uno trás otro evitando ir rápido y poder resbalar. Lucho era el más fuerte y pesado iba atrás como conteniendo con su peso y nivelando el andar del grupo. Nos sostuvimos con la soga atada a un árbol a lo alto y en su caída atamos las cosas para que ese contrapeso vaya al fondo del pasadiso. Esa cuerda bien estirada y tersa entonces sería como una manija para nosostros. Ernesto, el más ligero y tímido de todos iba delante y resbala ligeramente y en una de esas me toma de la rodilla, yo iba tras el, haciendo que también me resbale, nos llenamos de barro y en esa ligera caída la cámara se desprende de mi cuello al igual que mi sombrero. Este último voló por entre la vegetación y la cámara se deslizaba directo al río hasta perderse de mi vista. Peor no podía ir.


 

viernes, 19 de noviembre de 2010

Mundo ausente II

(II)

El viejo puente de palos deja caer una de las cañas mal atadas al hacer contacto con las llantas ahuecadas de aquel camión y la frenada impredecible que formaba una llamarada de polvo elevada y molestosa. El primer susto de la jornada y el aviso de nuestra llegada. Las puertas traseras abriéndose de golpe al paso que descendían los animales y los comuneros tomando sus cosas y descendiendo de el, presurosos.
El ambiente dejó de ser enrarecido para nosotros. Eramos cuatro y por cuestiones de malos manejos operativos de la empresa, la camioneta que debía transportarnos no estuvo con nosotros en el momento preestablecido. Así que ese camión sería el primero en su especie para transportarnos. Hacerse al dolor.
Todo eso supuesto, al tiempo que se esparcía el polvo de nuestro alrededor y dejaba ver la belleza escondida de ese pueblo. Un pisotón a nuestra indiferencia.

Uyurpampa era un pueblo perdido en el olvido, confundido entre los matorrales. Casi inaccesible, pero hermoso, verde y rosa con un agradable olor a flores, salvo cuando llueve. El sol resplandecía por las rendijas de las puertas de lata y el beige del algodonado pelaje de ovejas.
Un repentino toquido por mi costado llama mi atención. Y el gesto de aviso de lo otros. Era José, él sería nuestro guía. José me estrechó su mano tratando de ayudarme a bajar del camión por su costado menos alto, donde se apreciaba una vieja pero funcional escalerilla de un bloque.
Le ayudo, sosténgase fuerte— hablándome en un tono muy amable y un profundo acento serrano. Le agradecí con una ligera sonrisa. Noté entonces que el vistaso que había echado en antes al pueblo no fue breve como pensé. Santos y mis otros compañeros ya habían bajado del camión con todo los instrumentos para las labores encargadas. Yo era el último, y me sentía muy cansado. Pero era mejor bajar. 

Ya en tierra José, que ya se había presentado con todos, nos ofreció el local comunal donde nos invitarían un pequeño almuerzo. Aunque mi cuerpo pedía un baño y una siesta.
Lo que nunca nos dijo José era que teníamos que caminar con nuestras cosas -bastante pesadas- algo de dos kilómetros. En fín, no había forma de evadir nuestra realidad. Peor no podría ser. Los silbidos juguetones de Santos, el mas alegre del grupo, intentando disipar el desánimo del momento pasaron desapercibidos, se necesitaba más para mejorar nuestro semblante. 

El sendero era largo, estrecho y empinado, desafiando considerablemente nuestra anatomía poco acostumbrada a la altura y el frío. La reacción de derrotismo era inmediata. Nos detuvimos cuando apenas avanzamos unos metros y sin decirnos nada nos miramos, como buscando otras salidas para no caminar todo ese curvilíneo y largo sendero. José irrumpió diciendo No se preocupe Ing. caminen despacio con el cuerpo tirado para adelantito nomás, para que no se canse, yo voy detrás de ustedes— y en cuanto terminó de decirnos eso, parece que el cuerpo se negara rotundamente a creer en milagros. Hebert, el más viejo de todos fue el primero en soltar su pesada mochila, y casi al mismo tiempo los demás. 
Fuimos para el costado del sendero, así empezaba nuestra huelga interior. El cuerpo no daba para mucho mas que comer y dormir. Es más, hasta el hecho de hablar nos restaba energías sustanciales para después. José seguía de pie, como teniendo escondido un as bajo la manga. Su trabajo no solo consistía en guiarnos sino también en sostenernos y asistirnos antes cualquier eventualidad, en este caso, la dejadez por continuar caminando. Su actitud sospechosa tendría fundamento. 
El sonido a tamboreos rítmicos y el polvo en forma de flechas venían del extremo del sendero. Un grupo de comuneros entre caballos y yeguas, tras el pedido de José, se ofrecieron a jalarnos hasta la plaza, lo que nos dejaría a solo unos metros del local comunal. El frío seguía pelando mis labios y el ardor en mis ojos era incontrolable. No tenía la más mínima idea de lo que era subirse en un caballo, y el miedo era más que evidente, dando aliciente a las carcajadas de mis compañeros, que ya eran duchos montando y cabalgando. Nuevamente José se ofreció a darme su ayuda, a lo que esta vez me negué, indicándole quizás en tono poco amical, que suba mis pertenencias a uno de los caballos, mientras les decía a los demás que vayan despacio porque yo iría caminando. La expresión molesta de mi rostro no dejó que vuelvan a reir, accediendo a mi berrinchoso pedido.

El avance era demasiado lento, pero era eso o cargar con ciento cincuenta kilogramos por persona en las espaldas, camuflándonos entre las sombras de los árboles para engañar la luz solar y cubriéndonos el rostro para evitar que el frío los resquebraje. En menos de media hora ese sendero que parecía interminable se bifurcaba a la vista, dejando ver accesos ascendentes que retaban la física, y otro tanto al río. Y fue como que se nos hizo agua la boca. Así que el avance se hizo ligero. 

Mundo Ausente I

(I)

El viejo camión que nos transportaba a mi y mis cuatro compañeros no podía dejar peor nuestra columna, el crujir de las vertebras evocaba el bombeo en la vieja guerra de Normandía. Por cada bache una reacción artrítica y un grito de basta. Pero había que soportar, restaba solo una hora de los primeros seis de inclemente viaje, de sostenernos con fuerza a los palos extremos de la tolva sin quitar de la vista las enormes cajas con los equipos de rastreo satelital y topografía.
Seis horas renegando en silencio, mordiendo nuestra propia ira envuelta en saliva seca y llena de polvo de sierra caliente. Un sol sofocante y un frío atroz, un inusitado misceláneo de sensaciones. Era entre elegir a congelarse o dejar que el sol negree por completo manos y rostros. Sin dudas, yo prefería el frío, el mismo que luego tendría consecuencias.
Aquel camión era como una jaula de animales en cautiverio. Las gallinas pigmeas picoteando la suela de mis botas y las enormes vacas con cuernos quebrados gimiendo por cada retumbe del camión nos hacían recordar nuestros primigenios orígenes, en donde se cazaba para sobrevivir. Epocas que ahora perecen en ritos rupestres.
Debíamos librar una batalla con la diosa naturaleza en más de tres semanas y siendo aún el inicio, todo indicaba que ni las esperanzas ni el majestuoso paisaje serían suficientes para retransladar mi mente a un lugar distinto a aquel.
Y los comuneros mirando. La atención puesta en nuestro ropaje, los chalecos naranja viva y los enormes sombreros, la manera tan pulcra de proteger nuestra piel, las cremas en nuestra cara, de cansancio y sed. Una extraña naranja mecánica que no camuflaba nuestra negra alma y tampoco la silueta de rayados en rojo, negro y marrón de sus ropajes, deshilachados y manchados de mugre y barro, los llanques que dejan mostrar las callosidades, del andar constante, de la lucha con la tierra y el frío. Miradas fijas y retumbantes sobre nuestro desgano puesto hasta en nuestra forma de sentarnos. Rogando por terminar ese viaje.

Detrás de sus miradas fijas y alrededor, la tetricidad del paisaje rompía el esquema de cuadro bonito de aquel sendero. Un sendero plagado de restos de estiércol de yegua y troncos de alfalfa. El olor del ambiente recargado de materia excrementicia y las puntas de los árboles metidas como alfileres por entre los pastizales y las flores a medio crecer, rodeadas de muzgo y polvo, con huellas de mordidas de venado. Los enormes cerros como trapecios, verde en sus lados, pardo de abajo haciéndose azafranado hasta las puntas. La maleza entre ellas y los troncos retorcidos en forma de molinos nos hacía recordar la inclemencia y la belleza impresas en la helada sierra. Un páramo casi impenetrable a cualquier sentido que no sea el de la vista.

A lo lejos los primeros indicios de población. Humadera escapando de las casuchas y mucho verde inmiscuido. Ese humo restaurado en aire puro se filtraba por entre nuestros poros y tabiques. La esperanza retornaba. El olor a abono húmedo se disipaba por los abismos neblinosos, los riachuelos resonando y las vacas bebiendo de ellas, caracterizaban el nuevo ambiente.
Aquel lugar al que nos aproximamos y que los comuneros llaman Uyurpampa. Ese sería nuestro primer paraje. 
El viejo roble milenario da la bienvenida. Hay que agradecerle contemplando su enormidad...

viernes, 12 de noviembre de 2010

Hole!

Mi vida y mis recuerdos tirados sobre una sábana sucia, como puzzle incompleto.
La sombra de la incredulidad y la suspicacia dibujando
un signo de interrogación abierto.
Los tambores de mi estomago, la ansiedad en mis venas,
mi panza como acordeón.
El viejo aneurisma a flote, el dolor de cabeza y el cigarrillo mirándome.
Los miedos latentes, una vida sin respuestas.
Un amor que viene y un miedo que esquiva.
Un reff melódico de esperanza.
Cerraré los ojos...

jueves, 11 de noviembre de 2010

La historia de mi vida en mis zapatos

¿Hace cuanto tiempo no he vuelto a enamorarme? ¿Lo estoy ahora? ¡Creo que es muy pronto para pensar en serio! —me dije, tras lustrar mis viejos zapatos matutinos y ponerme la ropa de casi siempre, sumergido en una caótica rutina, contemplando el frío matutino y disimulando el sueño impreso en mis ojeras, evadiendo las respuestas competentes. Pensando como no queriendo hacerlo. Un guiño a la mentira que se disiparía pronto, como una ventana corrediza levantando polvo.

Hacer el esfuerzo para recordar aquella última vez y aunque irrelevante, era necesario. El deseo de poner un hasta aquí con fracasos y tibiezas. Un último riesgo no estaría de más, y mi situación ermitaña indica que no tengo nada que perder. Era pasarle el dedo al espejo empañado.

Tomé asiento en el borde de mi cama, listo para ir a la oficina, pero con algunos minutos de tiempo. Debería terminar esas sentencias en mi mente y respirar tranquilo. El reloj me apura.
Esa última y única vez fue hace más de cinco años y aunque no muy distante en cuanto a tiempo, mi mente se encargo de enterrar cada vivencia que me relacionó a aquella etapa. Al principio recurría a la evasión emocional, a entretenerme en lo que pudiese, en todo cuanto pudiera hacer. Luego el tiempo me tomó de los pelos y desde allí, tres años de catarsis y una vida que perecía en el llanto y avizoraba no tener pico. Un proceso paulatino y tedioso, pero necesario.
Pero esa, esa es la primera parte, la que yo llamé "reconstrucción y rehabilitación". Es la etapa que ya completé. Ahora viene la menos trabajosa pero la más decisiva "retomar la confianza". Parece ser que me terminé acostumbrando a estar solo, agarrándole el gustito. De hecho, no lo estuve todo este tiempo, no del todo. Pero no haber sentido nada importante ni trascendente es como haber estado solo. Esa falta de confianza tiene sus orígenes en el preludio de la primera axioma, "dar". La costumbre de no querer entregar más para no ser golpeado se hizo constante, y me acostumbré. Esa soledad que me hizo presa de la apatía, acuñándose en mi como una pulga.  


La placidez y la inmensidad del mar, los consejos de mamá, la mirada en alto sobre la resignación. Nada era suficiente. Ningún acto de catarsis, ningún sabio consejo. Retomar la confianza implicaba "poner de mi parte". Lo haría si o si, de alguna forma no tenía mucho en juego. 
Y como por cosas de la vida, aquel viejo amigo, el negro mar de marea alta me envuelve en sus olas nuevamente y me trae de si una deidad que canta como sirena y tiene forma de coral. Que parece hablar el mismo idioma arcaico que yo, y puede verme cuando creí ser invisible. Un encuentro con quien puede ser mi otro yo y una historia que comienza en mi espacio favorito, una historia que no contaré hoy y que deberé llamar "solamente para mi".

Deseenme suerte, queridos cuatro gatos en esta, mi última procesión.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Purgatorio

...Había caído por entre unas nubes emblanquecidas y dersas como coagulos de algodón. La intensa luz lo cega casi por completo, el humo emanando de lo que parecen ser pixels de ánimas en pena y el níveo paisaje aunque demasiado luminoso, induce al desterrado a no creer en lo que sus ojos ven. Como caer de un sueño a otro. Ahora está de pie, en el centro de un sendero largo e interminable, y la superficie de ella era el espejo de los pecados de cada fétido habitante el submundo, al cual ya no pertenecía. Detrás de el la linea recta ante su ojos se hacía conoidal hasta perderse de su vista en lo que parecía ser el fin de todo, la nada, la niebla y la oscuridad semi compuestas en la boca del embudo.
Avanzaba sin prisa, como queriendo adentrarse en ese hábitat dimensional, a la vez que miraba con más atención perdía el aliento. Entendió que debió proseguir firme hasta el final de la luz sin titubeos. Avanzó tanto como pudo. Atravesó el océano de la niebla y nubes, donde la luz era cada vez más intensa. Grandes columnas se dejaban ver, imponentes y férreas, dejando filtrar de entre el espacio de ellas sombras aún más enormes, conjugando perfectamente con el áspero mármol. La superficie estaba llena de cadenas y restos de pergaminos. Era como vías de tren descompuestas por la roña y cubiertas de nieve y orín de lobos. Luego de ello un silencio eterno y mucha luz. Ya no faltaba mucho para llegar al final de su viaje espiatorio. El olor a campos elíseos era sofocante. Su cuerpo se hunde. Ha caído al infierno blanco... se ha despertado...o eso cree...

lunes, 8 de noviembre de 2010

—LA PRIMERA CITA- parte III

El choque casi frontal con esa enorme silueta hizo que impactemos de espaldas con la puerta. No atiné a levantar mi rostro, una enorme sombra y un breve silencio, María Pía trato de disiparlo con un tip bucal de "amm-amm".
Mami, ya terminé de limpiar la herida de Alan, tenemos que salir...
Al tiempo que su señora madre con los brazos cruzados y el ceño fruncido buscaba que le responda su frígida mirada. Antes que lo hiciera María Pía tomó mi mano y me hizo avanzar tan rápido como fuera posible en dirección a la sala.
Ya vengo madre, se nos pasa el tiempo. La señora seguía en la misma postura y sin decir nada. Al salir de la casa su madre alcanza a decir: "no tardes cielo".
Salimos corriendo. No quise pensar en ese instante.
Cruzamos la calle. Nos detuvimos, retomamos la respiración nos tomamos del brazo tratando de tragar aire y reponernos. Reímos mientras lo hacíamos, complicando aún más nuestra cansina recuperación.  
¿Dónde quieres ir?— pregunté...  
Al parque por mi helado y a sentarnos en la fuente de agua— respondió feliz. 

Caminamos bastante lento, casi contando los pasos, el tráfico era bastante mínimo a esa hora ya casi no había gente en la calle. Tácitamente hicimos un trato de continuar por esa ruta en silencio, hasta llegar al parque. Noté que ya no tenía el tronquito conmigo y la herida ya no me ardía. Pero si los pies. Llegamos muy rápido. Sólo estaba un señor de casi de cincuenta años paseando con su perro golden retriever. No dejaba de contemplar ese enorme perro, se parecía al mío. Su andar era como el de los caballos de paso y su pelaje brillante y sólido como el oro.
Cuidado!!! —me dijo deteniendo bruscamente mi avance despistado como abrazándome, mientras la bicicleta que casi nos choca seguía su camino como si nada. Los fuertes ladridos del gran perro, las bocinas de algunos automóviles. Todo embarullado, y  nuestras miradas encontradas casi rosándonos las narices, sintiendo las puntas de su largo cabello castaño entrecruzarse con el mio y sus manos jalando mi casaca manchada. Estaba a punto de cerrar los ojos dispuesto a que pase lo que pase, dándole la batuta del momento a ella.
¿Vamos a sentarnos en la fuente? Te enseñaré algo... en tanto abría mis sosegados ojos. Esta vez caminamos, con mayor sigilo mirando de lado a lado al cruzar la avenida. 

Un parque lleno de flores multicolores y olores que llamaban al encuentro con el supremo. El frío quitaba matiz al cuadro, y el ruido metálico estropeaba el concierto. Pero la belleza visual era tal que lo que escuchan nuestros oídos era irrelevante. Aquella fuente de agua no dejaba caer ni un solo chorro, su mecanismo se habría estropeado. Ella dio unos pasos rápidos, se sentó y dio un palmeteo en el borde del estanque. La acompañé y también me senté. 
Que hay de tu helado ¿Lo quieres de todos modos? —pregunté, a la vez que deglutía saliva sabor a inquietud y ansiedad. No importa, te dije que te enseñaría algo, ven... 
Me puso de pie y avanzamos ligeramente al centro de la fuente que reposaba agua un poco sucia como de una semana por lo menos. Algunas hojas secas a flote y restos de ladrillo en la orilla. En dirección a la parte céntrica un monumento tan viejo que no dejaba apreciar el nombre del mismo impreso en la placa de metal a la altura del pecho de ese túmulo de piedra oscura. Me puso frente a ella y ella me tomó de los antebrazos y se coloco justo tras mío. 
Sabes, este es mi lugar favorito, es un lugar cualquiera, una estatua cualquiera, un día cualquiera, pero me gusta saber que frente a este lugar soy como una rosa entre espinas...
Sinceramente mi escasa persuasión me limitó a entender ese lenguaje metafórico y simbólico, sólo me sonó a palabras bonitas. Ella prosiguió: Un día creceremos y es posible que tu te cases y yo también pero quiero que recuerdes este lugar, y al recordarlo recuérdame a mi como algo especial... Palabras tan dulces y nobles como las de mi abuela. Un elipsir de vida. 
Lentamente se volteo y me dio la cara, miraba por entre sus ojos como para poder retener la mirada. Aunque muy cerca no estábamos sujetos el uno al otro, ni de los brazos como instantes previos, ni de la ropa. Pero muy cerca.

Cierra los ojos— la escuché decir, accediendo sin pensarlo. 
Sentí el tiempo detenerse, las pupilas lamiendo mis párpados y el corazón a paso de atleta . Sentí un muy tenue viento por entre mis mejillas y un dulce y húmedo mariposeo en el vértice de mis labios, por el lado derecho. Mi alma quería colapsar. Sentí un respiro cerca mio, un suspiro y un dedo en el centro de mis labios cerrados y rojos producto de los nervios. Dos segundos de paz. Y los nervios de una primera vez. 
Puedes abrir los ojos... Alcanzó a decirme, casi susurrando.
 

domingo, 7 de noviembre de 2010

—LA PRIMERA CITA—parte II

...el miedo permanecía latente, y el sudor aunque frió seguía siendo igual de penetrante. Ya no podría regresar a mi posición pensante de hace rato. María Pía ya me había visto de esa forma extraña y con toda la ingenuidad de una niña solo me preguntó que es lo que hacia allí abajo. Y prosiguió:
¿Acaso se te cayó una moneda? ¿Te ayudo a buscar? —dijo moderadamente, al tiempo que bajaba lentamente las escaleras y dejaba que la puerta se cierre al ritmo del viento. Traté de esconder mi puño entre mis rodillas para que no vea mi mano manchada y empolvada pero al parecer en ese intento por ocultarlo ella se percató de ese detalle. Antes que ella pregunte le dije No es nada, me resbale por venir corriendo dejando suelta una sonrisa de lado, típica del mal mentiroso. Ella se acercó a mi se agachó lentamente tomando con sus manos delicadamente su vestido gris con tonos rosas. Al inclinarse totalmente quedó casi de frente mio, a unos diez centímetros de mi rostro. Sentía como las gotas de sudor caían por el costado de mis patillas y se me erizaba la piel en piernas y brazos. Yo seguía sosteniendo el tronco que cayó al piso y con el puño cerrado casi temblando. Desde aquella vez en el panel estudiantil no la había visto tan de cerca. Ese rostro limpio y su sonrisa pura disipaba mis nervios y evaporaba el sudor. Me inspiro suficiente temple para dejar que tome mi mano maltratada y al verla me dijo Vamos adentro, en el botiquín habrá algo para curar esto, no se ve tan mal, ¿te duele mucho?— Le respondí que si, con menos timidez y devolviéndole la gentileza tome su otra mano e intente ponerla en pie, ambos lo hicimos. Noté que era mas alta que yo, que sus ojos eran pardos y sus labios rojos como fresa. Ella tampoco dejaba de mirarme. Luego soltó lentamente mis manos, dio un medio giro y puso una de sus manos al costado de mi cadera como reposicionándome hacia el acceso hacia la puerta. 

Ya dentro de aquella enorme casa que por fuera parecía olvidada por el tiempo las evidencias de una vida alturada eran mas que notorias. Muebles de moda, betamax, esculturas de bronce, cortinas triples de seda,   piso laminado y un intenso olor a jazmín. El status imaginario de un limbo. 
Me invitó a sentarme en tanto seguía observando los detalles de esa bella sala. Al fondo de un largo pasadizo se apreciaba la silueta de una señora, muy guapa y elegante observándonos con cautela. Al parecer su madre, de tal palo tal astilla dije, y como hablando de palos, yo aún sujetaba el tronco en mi mano. Con sigilo la coloque a mis costado luego de sentarme en el sillón con María Pía. 
Voy a traerte agua y le preguntaré a mama que puede ayudarte con la herida, espérame no tardo, estás en tu casa— con una sutileza única. Su voz parecía el cántico de una deidad.
Ya estando solo trataba de acomodar mi largo cabello y limpiar con mis dedos restos de polvo en mi rostro. Una de las estatuas de bronce brillaba tanto que de su costado apreciaba mi reflejo, eso me sirvió para acomodarme al vuelo. Continuaba observando alrededor y a la vez pensando en lo que haría al regreso de mi amiga.
Desde el fondo del pasadizo que contemple minutos antes se escucha la voz de la señora diciéndome Hijo, entra al baño y lávate un poco, ahora voy a ver tu herida, al costado del pasadizo hay una puerta, entra— devolví el gesto con un simple "gracias señora". Me puse de pie para ir a baño, no podría hacer un desplante en casa ajena por el solo hecho de sentir vergüenza. 
Llegando a la puerta de ese baño, me encuentro con María Pía, que venia en dirección de su habitación portando un botiquín. Me dijo "entra rápido" vino tras mio y cerró la puerta. Encendió las luces. Un baño a la altura de esa bella casona. 
Siéntate en el inodoro voy a limpiarte, puede que te arda— me dijo. Como era de esperarse me ardía mucho, aunque la herida no era profunda se había llenado de tierra. Un poco de agua oxigenada alcohol para sacarme, algunas lágrimas y un vendaje apretado. Una lavada y listo. Ella se había concentrado tanto en la faena que no atino a mirarme. Luego se lavó y salimos del baño sin decir nada. Abrimos la puerta coincidiendo nuestras manos en la manija de la cerradura. Nos miramos.
Salgamos de acá, vamos al parque quiero un helado— me dijo al tiempo que terminamos de abrir la puerta. No le respondí. Al salir chocamos contra un muro, o eso creímos. Era su madre, se le veía molesta...  

sábado, 6 de noviembre de 2010

Amor Je t´aime

De rodillas apresado al eslabón,
de agua y aceite, de sangre y plasma
amor esquivo y odio punzante,
desilusión, llanto y miedo;
recuerdos, añoranzas y fe.

De pie en un campo de rosas,
respirando polvo cósmico,
corriendo tras la luz.
Súbita, fortuita, apacible.

Un giño a una posibilidad volátil,
del amor en el aire
alzando vuelo sobre mi
tomando mi mano
rompiendo las cadenas de la soledad.

viernes, 5 de noviembre de 2010

—LA PRIMERA CITA—

El inclemente frío y el fuerte viento de otoño me incitan a acelerar el paso. Las manos a los bolsillos laterales, el mentón entremetido en la abertura superior de la casaca, el pelo totalmente dañado y los ojos enrojecidos y semillorosos que apenas se mantenían abiertos. Caminé tan rápido como pude y en cuanto llegué a la dirección establecida traté de acomodarme el alborotado cabello a como podía. Un ademán de alivio y una breve sobada de párpados. Las viejas Vans negras se habían llenado de polvo y barro, salpicando incluso el jean color hielo haciendo contraste con el fétido azul del cielo.
La impuntualidad me había llevado a una inmediata reflexión: en ese aspecto daría la peor impresión para mi primera cita. Lo había entendido pero no me quedaba más que asumir la situación y de alguna forma habría que llamar la atención de la desafortunada dama que aceptó salir conmigo. Una buena conversación, amena, divertida e informal, o una buena película, pero algo tenía que surgir, así sea producto de la improvisación. Iba pensando en esa y miles de excusas más mientras seguía de píe frente a su casa, con el rostro de niño impávido e idiota.
Por la ventana del segundo piso notaba que me miraban, seguro causó curiosidad mi extraña posición pensante y mi pésima apariencia. Mi cabello caído a modo de bisoñé hacía imposible que noten que yo también observaba como me miraban. De forma casi involuntaria el viento interactúa conmigo dejando pasar un ligero ventarrón que deja ver mis ojos ante esa huidiza mirada. Las típicas miradas esquivas que cuando son afrontadas desaparecen entre la nada.
Era tiempo de inflar el pecho e ir a por la puerta. Era lanzarse al vació o seguir contemplando tontas nimiedades.

Esos pasos de las escalerillas hacia la puerta ardían y aturdían a su vez. El instinto básico se sentía en mi piel. Era supervivencia o camuflaje. Estiré el brazo derecho con lentitud. El timbre estaba tan arriba de mi que no lo alcanzaría ni empinado, tampoco saltando. Busqué con disimulo algún tronco seco del jardín lleno de flores marchitas y capullos caídos. Encontré uno a la medida y forma, largo y fuerte. Lo sostenía firmemente mientras jalaba de el para desprenderlo de su base pero me raspé la mano en el intento y el palito por reflejo inmediato cayó. Casi al mismo tiempo mi mano dejaba sentir un cosquilleo, breves surcos de sangre recorrían mis dedos para llegar a las yemas y caer al piso, dejando un rastro por entre la acera y el polvo, dibujando formas de ansiedad, sonando a hielo resquebrajarse, al tartamudeo de mi miedo. Permanecí casi de cunclias tratando de levantar ese tronco, de limpiarme los rastros de sangre con la mano limpia y el borde de mi casaca.

Se deja escuchar del interior de la casa una efímera carcajada de mujer, quizás ella, quizás su madre. Esa risa me hizo recordar a la primera vez que la vi, en un panel de estudiantes, dos por colegio, se supone que los más destacados; ella era la mejor alumna de su colegio, el más respetado y costoso del medio. Guapa, alta y refinada. Y aunque yo no me quedaba atrás, mi origen y procedencia no eran similares al de ella. María Pía Carmen era el prospecto de niña inalcanzable, que un torpe y humilde niño como yo no podría ostentar. Su mirada era siempre altiva y profunda para quien ose mirarla y a la vez hablar mientras ella lo hacía. Pero en tanto para quienes eran de su agrado, su mirada pasaba a ser como la de un ángel resplandeciente.

Esa tarde la fortuna había tocado mi puerta. Mientras debatíamos en esa enorme aula ella frente a mi me había mirado primero como estudiando mi forma, luego como buscando mi mirada, tratando de que me percate que lo hacía, a lo que casi siempre bajaba mi mirada y perdía la atención de la discusión tratada. Luego como entrando en confianza fui cediendo al juego de miraditas y sonrisas. Me había sonrojado y tenía una extraña sensación de sed.
En esos años se ponían de moda los proyectores, más grandes y complejos que los de hoy. Yo estaba sentado justo detrás de la fuente que emana la luz y el calor, que era insoportable para mi. María Pía lo había notado y reía mientras veía mi incomodidad. Luego vino un breve break. Todos se levantaron de sus sitios rápidamente. Hasta eso yo no había pensado que hacer respecto a si hablarle o hacerme el tonto. Me puse de pie después que lo hicieran todos, ella seguía sentada, leyendo, quizás esperando algo. Me entró un inusitado valor. Casi al llegar a su sitio un chico con aspecto de Ken la tomó de la mano, la jaló y le hablaba casi al odio, en una postura que me daban la espalda. El niño aquel era bastante bien parecido, y más alto y apuesto que yo. Dejé mis cosas y salí del aula. Al abrir la puerta voltee ligeramente y note que ella logra empujar a su galán cortejante que termina cayendo por entre las sillas y los cables. Luego ella me miró y su gesto me decía que la espere. Salió rápidamente, me miró directamente a los ojos desencajada y asustada, casi sudando, y a pesar de ello note lo hermosa que era. Me dijo "no temas, es un tonto, no te hará nada, pero ven conmigo"Yo solo atiné a pasar la saliva que tenía retenida y a acertarle con una cerrada de ojos y un tartajeado "ok".
Salimos presurosos, descendimos las escaleras y llegamos al patio repleto de niños de nuestra edad. Aunque de entre 14 y 15 años, el término "jóvenes" como que no nos venía a pecho. Éramos niños en cuerpos de seda lubricados de sudor y adornados de insignias y cordones multicolores.

Ella aún sujetaba mi mano, ahora con menos fuerza. Nos ubicamos en el sector que le correspondía a nuestra aula. El niño aquel no estaba allí. Soltó mi mano y antes que yo diga algo me dijo "Alan, discúlpame, no se que pensarás pero el es solo mi primo..." Trataba de disfrazar la incredulidad que me invadía al escucharla con una sonrisa "no te preocupes, al menos no te paso nada". Reímos juntos. Luego de eso callamos y nos miramos. Pocos notaban eso. Me vi obligado a preguntar algo para no hacer tan tétrica la situación. Con tono sobrador pregunté:
¿y como es que sabes mi nombre? y justo al terminar de decir eso me dije a mi mismo que idiota soy, se supone que nos toman un listado y todos saben los nombres y apellidos de todos los del grupo— en tanto me ponía más rojo que un tomate.Tan rojo como el color de mi bandera circundando mi insignia superior.
Ella, fiel a su formación y con mucha sobriedad como para calmar la vergüenza que sentía solo me dijo ahhh del listado, supongo, ni recuerdo Volví en mí nuevamente.

Ese flashback se desvanecía al escuchar luego de la carcajada un "mami, debo ir a la puerta, es el niño del que te comenté". Yo seguía encorvado y parecía que la respiración se en contuvo en la garganta, haciéndome un nudo atado por boy scouts. Seguí en esa posición tratando de obtener más información, casi sin respirar y con la mano limpia sacudiendo el polvo de la otra mano por obra involuntaria.
Se escuchan pasos al tiempo que la puerta deja salir un chillido de suspenso. Tendría apenas un par de segundos para ponerme de pie y aparentar estar relajado y sereno. Ya era tarde, la puerta se abrió conjuntamente con un largo alarido luces interiores gritando libertad y un ángel saliendo de el ...

miércoles, 3 de noviembre de 2010

El mundo cebolla

Hay algo muy habitual entre quienes me conocen a fondo y quienes empiezan a hacerlo. RENEGAR DE TODO, de todo. Reniego del clima, del stress matutino, de la mala comida, de la cumbia, del la tv local. Reniego casi por todo.
Pensaba en lo mucho que reniego y lo poco que he reído en estas semanas mientras abandonaba la oficina en horas de refrigerio buscando un restoran decente. Al llegar tomé un sitio exterior, la verdad no quería encontrarme dentro con algunos colegas. No recuerdo que pedí y es lo de menos. Como es costumbre, el pedido tardaba en llegar y ya empezaba a renegar nuevamente, para variar.
No terminaba de acomodarme y sentí una presencia extraña, una mirada penetrante que venía de un costado mio. Viré como tratando de disimular para responder a mi curiosidad, y se trataba de un niño, de los muchos que van por las calles pidiendo un sencillo para sus bolsillos. Algunos recurriendo a la vieja usanza de pedir a costa de la caridad, otro tanto improvisando con cánticos semi roncos o bailecitos algo singulares. Antes de saber en cual de esos puzzles estratificados encajaba aquel niño, metí la mano derecha al bolsillo. Mis dedos se agitaban entre la variedad de formas y tamaños de las moneditas, queriendo coincidir con alguna de un sol. En tanto lo hacía perdí la mirada alrededor y una docena más hacía lo mismo que el. Luego lo miré. Y fue como una extraña fijación en el. Aquel niño de apenas más de un metro de estatura, con ropaje bastante desaliñado y sucio, cabello largo con trenzas enredadas por las hojas de algarrobo seco y polvo matutino, portando largos pantalones caídos y rotosos que a la altura de sus talones hacían de calcetines que apenas cubrían esos pequeños pies repletos de callos carcomidos y laceraciones en flor, producto de las miles batallas libradas por aquel sobreviviente de este luciferino e inclemente peste humana. Su posición fija frente a mi, mostraba una actitud determinante e imponente. Aquel niño portaba en su mano derecha una bolsa rotosa con algunos caramelos y un globo blanco en la otra.
Un psique inquietante emanaba de aquel niño, al acercar mi mirada a su rostro noté que tanto la expresión de sus labios como la de sus ojos eran iguales. Ese niño al mirar no reflejaba nada. Su pérfida postura parecía mostrar la peor parte de mi alma, aquella que busco disuadir gritando al cielo.
A aquel niño la ayuda le sería de poco, un sol más un sol menos. El no estaba allí para eso. No hizo ningún ademán para pedir propina. Haga lo que haga el niño no acabaría con su miseria, haga lo que haga yo no me ganaría un pedazo de cielo ayudándolo, seguiriía siendo un miserable y nosotros también.
Su mirada era la esperanza marchita, la fe de rodillas. Sus labios negros llenos de costras hechas por el sol, las manchas de naranja y mugre en su polo, las yagas abiertas por causa de pecados ajenos. El sudor seco en su negro rostro. Tan negro como el de sus ojos, color infierno y resignación, las pupilas negras sin sombras que invaden la esclerótica y bordean su piel.
La negra mirada de la resignación parecía responder mi pregunta de toda una década. La razón infundada de mis constantes quejas no era supletoria, era totalmente cierta y siniestra. Este mundo rodante sigue dando sus vueltas en campana, aplastando en su trayectoria a los más débiles, rompiendo fajas de corto alcance, sin treguas ni compasión. Salpicando monedas y lujuria.
El mundo que cada uno ingenia y construye olvidando que el mundo es uno solo, esa conexión que perece en el llanto interior de aquel niño que no tiene ganas de vivir, que pende de un hilo por nuestra caótica soberbia progresiva. Sobreviviente de un maldito mundo de mierda que camina a la deriva con un vendaje en los ojos, la esclerótica negra y el cuello erguido. Directo al infierno blanco.
¡Jamás dejaré de renegar y quejarme de este mundo!

martes, 2 de noviembre de 2010

Rediseño tornasolado

El feriado ha dejado poco para comentar, conocí a alguien que quizás haga que mis embestidas de bilis y arrebato cambien o se matizen por otras cargadas de pasión e ilusión. Pero ese cuestionamiento lo resolverá el tiempo.
No celebré Halloween, tampoco bailé con música criolla. Normalmente voy al cine o viajo, esta vez me quedé en casa, dormí tanto como pude, y asistí al cementerio a ver al viejo...
Se me hará casi imposible publicar a diario, algunas cosas se me han juntado de forma tal que no tendré tiempo suficiente, la maldita U, la oficina, los viajes, las citas médicas, un nuevo amor.
Este breve post entonces se deja ver como un "poniéndome al día".