jueves, 11 de noviembre de 2010

La historia de mi vida en mis zapatos

¿Hace cuanto tiempo no he vuelto a enamorarme? ¿Lo estoy ahora? ¡Creo que es muy pronto para pensar en serio! —me dije, tras lustrar mis viejos zapatos matutinos y ponerme la ropa de casi siempre, sumergido en una caótica rutina, contemplando el frío matutino y disimulando el sueño impreso en mis ojeras, evadiendo las respuestas competentes. Pensando como no queriendo hacerlo. Un guiño a la mentira que se disiparía pronto, como una ventana corrediza levantando polvo.

Hacer el esfuerzo para recordar aquella última vez y aunque irrelevante, era necesario. El deseo de poner un hasta aquí con fracasos y tibiezas. Un último riesgo no estaría de más, y mi situación ermitaña indica que no tengo nada que perder. Era pasarle el dedo al espejo empañado.

Tomé asiento en el borde de mi cama, listo para ir a la oficina, pero con algunos minutos de tiempo. Debería terminar esas sentencias en mi mente y respirar tranquilo. El reloj me apura.
Esa última y única vez fue hace más de cinco años y aunque no muy distante en cuanto a tiempo, mi mente se encargo de enterrar cada vivencia que me relacionó a aquella etapa. Al principio recurría a la evasión emocional, a entretenerme en lo que pudiese, en todo cuanto pudiera hacer. Luego el tiempo me tomó de los pelos y desde allí, tres años de catarsis y una vida que perecía en el llanto y avizoraba no tener pico. Un proceso paulatino y tedioso, pero necesario.
Pero esa, esa es la primera parte, la que yo llamé "reconstrucción y rehabilitación". Es la etapa que ya completé. Ahora viene la menos trabajosa pero la más decisiva "retomar la confianza". Parece ser que me terminé acostumbrando a estar solo, agarrándole el gustito. De hecho, no lo estuve todo este tiempo, no del todo. Pero no haber sentido nada importante ni trascendente es como haber estado solo. Esa falta de confianza tiene sus orígenes en el preludio de la primera axioma, "dar". La costumbre de no querer entregar más para no ser golpeado se hizo constante, y me acostumbré. Esa soledad que me hizo presa de la apatía, acuñándose en mi como una pulga.  


La placidez y la inmensidad del mar, los consejos de mamá, la mirada en alto sobre la resignación. Nada era suficiente. Ningún acto de catarsis, ningún sabio consejo. Retomar la confianza implicaba "poner de mi parte". Lo haría si o si, de alguna forma no tenía mucho en juego. 
Y como por cosas de la vida, aquel viejo amigo, el negro mar de marea alta me envuelve en sus olas nuevamente y me trae de si una deidad que canta como sirena y tiene forma de coral. Que parece hablar el mismo idioma arcaico que yo, y puede verme cuando creí ser invisible. Un encuentro con quien puede ser mi otro yo y una historia que comienza en mi espacio favorito, una historia que no contaré hoy y que deberé llamar "solamente para mi".

Deseenme suerte, queridos cuatro gatos en esta, mi última procesión.

3 comentarios:

Bren dijo...

Mr.D mucha suerte pero mas que eso mucha felicidad para ti y esta nueva historia...no olvides invitar a los 4 gatos si hay boda (de pasadita q conozco chiclayo)jeje (eso si, no digas última procesión) un abrazo!

Hasta en el último rincón dijo...

Bren, me robaste la palabra del dedo JODIDO! NO DIGAS ULTIMA! Es como decir NUNCA... Aprovecha esa oportunidad de sentirte vivo! De sentir ese calorcito rico que caliente en corazón! No te voy a desear suerte, esa ya la tienes, lo que voy a darte son tips para no engañarte queriendo creer que solo estás mejor. Solo mirala a los ojos y descubrirás la respuesta.
:)

Mr.d dijo...

que lindos mis cuatros gatos(en realidad dos), por su aprecio y sabios consejos!