lunes, 8 de noviembre de 2010

—LA PRIMERA CITA- parte III

El choque casi frontal con esa enorme silueta hizo que impactemos de espaldas con la puerta. No atiné a levantar mi rostro, una enorme sombra y un breve silencio, María Pía trato de disiparlo con un tip bucal de "amm-amm".
Mami, ya terminé de limpiar la herida de Alan, tenemos que salir...
Al tiempo que su señora madre con los brazos cruzados y el ceño fruncido buscaba que le responda su frígida mirada. Antes que lo hiciera María Pía tomó mi mano y me hizo avanzar tan rápido como fuera posible en dirección a la sala.
Ya vengo madre, se nos pasa el tiempo. La señora seguía en la misma postura y sin decir nada. Al salir de la casa su madre alcanza a decir: "no tardes cielo".
Salimos corriendo. No quise pensar en ese instante.
Cruzamos la calle. Nos detuvimos, retomamos la respiración nos tomamos del brazo tratando de tragar aire y reponernos. Reímos mientras lo hacíamos, complicando aún más nuestra cansina recuperación.  
¿Dónde quieres ir?— pregunté...  
Al parque por mi helado y a sentarnos en la fuente de agua— respondió feliz. 

Caminamos bastante lento, casi contando los pasos, el tráfico era bastante mínimo a esa hora ya casi no había gente en la calle. Tácitamente hicimos un trato de continuar por esa ruta en silencio, hasta llegar al parque. Noté que ya no tenía el tronquito conmigo y la herida ya no me ardía. Pero si los pies. Llegamos muy rápido. Sólo estaba un señor de casi de cincuenta años paseando con su perro golden retriever. No dejaba de contemplar ese enorme perro, se parecía al mío. Su andar era como el de los caballos de paso y su pelaje brillante y sólido como el oro.
Cuidado!!! —me dijo deteniendo bruscamente mi avance despistado como abrazándome, mientras la bicicleta que casi nos choca seguía su camino como si nada. Los fuertes ladridos del gran perro, las bocinas de algunos automóviles. Todo embarullado, y  nuestras miradas encontradas casi rosándonos las narices, sintiendo las puntas de su largo cabello castaño entrecruzarse con el mio y sus manos jalando mi casaca manchada. Estaba a punto de cerrar los ojos dispuesto a que pase lo que pase, dándole la batuta del momento a ella.
¿Vamos a sentarnos en la fuente? Te enseñaré algo... en tanto abría mis sosegados ojos. Esta vez caminamos, con mayor sigilo mirando de lado a lado al cruzar la avenida. 

Un parque lleno de flores multicolores y olores que llamaban al encuentro con el supremo. El frío quitaba matiz al cuadro, y el ruido metálico estropeaba el concierto. Pero la belleza visual era tal que lo que escuchan nuestros oídos era irrelevante. Aquella fuente de agua no dejaba caer ni un solo chorro, su mecanismo se habría estropeado. Ella dio unos pasos rápidos, se sentó y dio un palmeteo en el borde del estanque. La acompañé y también me senté. 
Que hay de tu helado ¿Lo quieres de todos modos? —pregunté, a la vez que deglutía saliva sabor a inquietud y ansiedad. No importa, te dije que te enseñaría algo, ven... 
Me puso de pie y avanzamos ligeramente al centro de la fuente que reposaba agua un poco sucia como de una semana por lo menos. Algunas hojas secas a flote y restos de ladrillo en la orilla. En dirección a la parte céntrica un monumento tan viejo que no dejaba apreciar el nombre del mismo impreso en la placa de metal a la altura del pecho de ese túmulo de piedra oscura. Me puso frente a ella y ella me tomó de los antebrazos y se coloco justo tras mío. 
Sabes, este es mi lugar favorito, es un lugar cualquiera, una estatua cualquiera, un día cualquiera, pero me gusta saber que frente a este lugar soy como una rosa entre espinas...
Sinceramente mi escasa persuasión me limitó a entender ese lenguaje metafórico y simbólico, sólo me sonó a palabras bonitas. Ella prosiguió: Un día creceremos y es posible que tu te cases y yo también pero quiero que recuerdes este lugar, y al recordarlo recuérdame a mi como algo especial... Palabras tan dulces y nobles como las de mi abuela. Un elipsir de vida. 
Lentamente se volteo y me dio la cara, miraba por entre sus ojos como para poder retener la mirada. Aunque muy cerca no estábamos sujetos el uno al otro, ni de los brazos como instantes previos, ni de la ropa. Pero muy cerca.

Cierra los ojos— la escuché decir, accediendo sin pensarlo. 
Sentí el tiempo detenerse, las pupilas lamiendo mis párpados y el corazón a paso de atleta . Sentí un muy tenue viento por entre mis mejillas y un dulce y húmedo mariposeo en el vértice de mis labios, por el lado derecho. Mi alma quería colapsar. Sentí un respiro cerca mio, un suspiro y un dedo en el centro de mis labios cerrados y rojos producto de los nervios. Dos segundos de paz. Y los nervios de una primera vez. 
Puedes abrir los ojos... Alcanzó a decirme, casi susurrando.
 

4 comentarios:

Hasta en el último rincón dijo...

Qué linda historia... La volviste a ver??? La sigues viendo??? Vas a ese lugar especial???
Pero qué lado tan romántico Mr.D! Quién lo diría! Lindísimo!!!

Mr.d dijo...

Desde aquella vez y un par de veces más no supe de ella. Tuve la burrada de nunca preguntar sus apellidos. Pero creo que se casó. Aquel lugar se demolió hace algunos años, así que todo eso ahora solo sobrevive en mi memoria.

Hasta en el último rincón dijo...

:(

Bren dijo...

mmm mr.d monce! pero linda historia q como bien dices sobrevive en tu memoria...besos!