viernes, 5 de noviembre de 2010

—LA PRIMERA CITA—

El inclemente frío y el fuerte viento de otoño me incitan a acelerar el paso. Las manos a los bolsillos laterales, el mentón entremetido en la abertura superior de la casaca, el pelo totalmente dañado y los ojos enrojecidos y semillorosos que apenas se mantenían abiertos. Caminé tan rápido como pude y en cuanto llegué a la dirección establecida traté de acomodarme el alborotado cabello a como podía. Un ademán de alivio y una breve sobada de párpados. Las viejas Vans negras se habían llenado de polvo y barro, salpicando incluso el jean color hielo haciendo contraste con el fétido azul del cielo.
La impuntualidad me había llevado a una inmediata reflexión: en ese aspecto daría la peor impresión para mi primera cita. Lo había entendido pero no me quedaba más que asumir la situación y de alguna forma habría que llamar la atención de la desafortunada dama que aceptó salir conmigo. Una buena conversación, amena, divertida e informal, o una buena película, pero algo tenía que surgir, así sea producto de la improvisación. Iba pensando en esa y miles de excusas más mientras seguía de píe frente a su casa, con el rostro de niño impávido e idiota.
Por la ventana del segundo piso notaba que me miraban, seguro causó curiosidad mi extraña posición pensante y mi pésima apariencia. Mi cabello caído a modo de bisoñé hacía imposible que noten que yo también observaba como me miraban. De forma casi involuntaria el viento interactúa conmigo dejando pasar un ligero ventarrón que deja ver mis ojos ante esa huidiza mirada. Las típicas miradas esquivas que cuando son afrontadas desaparecen entre la nada.
Era tiempo de inflar el pecho e ir a por la puerta. Era lanzarse al vació o seguir contemplando tontas nimiedades.

Esos pasos de las escalerillas hacia la puerta ardían y aturdían a su vez. El instinto básico se sentía en mi piel. Era supervivencia o camuflaje. Estiré el brazo derecho con lentitud. El timbre estaba tan arriba de mi que no lo alcanzaría ni empinado, tampoco saltando. Busqué con disimulo algún tronco seco del jardín lleno de flores marchitas y capullos caídos. Encontré uno a la medida y forma, largo y fuerte. Lo sostenía firmemente mientras jalaba de el para desprenderlo de su base pero me raspé la mano en el intento y el palito por reflejo inmediato cayó. Casi al mismo tiempo mi mano dejaba sentir un cosquilleo, breves surcos de sangre recorrían mis dedos para llegar a las yemas y caer al piso, dejando un rastro por entre la acera y el polvo, dibujando formas de ansiedad, sonando a hielo resquebrajarse, al tartamudeo de mi miedo. Permanecí casi de cunclias tratando de levantar ese tronco, de limpiarme los rastros de sangre con la mano limpia y el borde de mi casaca.

Se deja escuchar del interior de la casa una efímera carcajada de mujer, quizás ella, quizás su madre. Esa risa me hizo recordar a la primera vez que la vi, en un panel de estudiantes, dos por colegio, se supone que los más destacados; ella era la mejor alumna de su colegio, el más respetado y costoso del medio. Guapa, alta y refinada. Y aunque yo no me quedaba atrás, mi origen y procedencia no eran similares al de ella. María Pía Carmen era el prospecto de niña inalcanzable, que un torpe y humilde niño como yo no podría ostentar. Su mirada era siempre altiva y profunda para quien ose mirarla y a la vez hablar mientras ella lo hacía. Pero en tanto para quienes eran de su agrado, su mirada pasaba a ser como la de un ángel resplandeciente.

Esa tarde la fortuna había tocado mi puerta. Mientras debatíamos en esa enorme aula ella frente a mi me había mirado primero como estudiando mi forma, luego como buscando mi mirada, tratando de que me percate que lo hacía, a lo que casi siempre bajaba mi mirada y perdía la atención de la discusión tratada. Luego como entrando en confianza fui cediendo al juego de miraditas y sonrisas. Me había sonrojado y tenía una extraña sensación de sed.
En esos años se ponían de moda los proyectores, más grandes y complejos que los de hoy. Yo estaba sentado justo detrás de la fuente que emana la luz y el calor, que era insoportable para mi. María Pía lo había notado y reía mientras veía mi incomodidad. Luego vino un breve break. Todos se levantaron de sus sitios rápidamente. Hasta eso yo no había pensado que hacer respecto a si hablarle o hacerme el tonto. Me puse de pie después que lo hicieran todos, ella seguía sentada, leyendo, quizás esperando algo. Me entró un inusitado valor. Casi al llegar a su sitio un chico con aspecto de Ken la tomó de la mano, la jaló y le hablaba casi al odio, en una postura que me daban la espalda. El niño aquel era bastante bien parecido, y más alto y apuesto que yo. Dejé mis cosas y salí del aula. Al abrir la puerta voltee ligeramente y note que ella logra empujar a su galán cortejante que termina cayendo por entre las sillas y los cables. Luego ella me miró y su gesto me decía que la espere. Salió rápidamente, me miró directamente a los ojos desencajada y asustada, casi sudando, y a pesar de ello note lo hermosa que era. Me dijo "no temas, es un tonto, no te hará nada, pero ven conmigo"Yo solo atiné a pasar la saliva que tenía retenida y a acertarle con una cerrada de ojos y un tartajeado "ok".
Salimos presurosos, descendimos las escaleras y llegamos al patio repleto de niños de nuestra edad. Aunque de entre 14 y 15 años, el término "jóvenes" como que no nos venía a pecho. Éramos niños en cuerpos de seda lubricados de sudor y adornados de insignias y cordones multicolores.

Ella aún sujetaba mi mano, ahora con menos fuerza. Nos ubicamos en el sector que le correspondía a nuestra aula. El niño aquel no estaba allí. Soltó mi mano y antes que yo diga algo me dijo "Alan, discúlpame, no se que pensarás pero el es solo mi primo..." Trataba de disfrazar la incredulidad que me invadía al escucharla con una sonrisa "no te preocupes, al menos no te paso nada". Reímos juntos. Luego de eso callamos y nos miramos. Pocos notaban eso. Me vi obligado a preguntar algo para no hacer tan tétrica la situación. Con tono sobrador pregunté:
¿y como es que sabes mi nombre? y justo al terminar de decir eso me dije a mi mismo que idiota soy, se supone que nos toman un listado y todos saben los nombres y apellidos de todos los del grupo— en tanto me ponía más rojo que un tomate.Tan rojo como el color de mi bandera circundando mi insignia superior.
Ella, fiel a su formación y con mucha sobriedad como para calmar la vergüenza que sentía solo me dijo ahhh del listado, supongo, ni recuerdo Volví en mí nuevamente.

Ese flashback se desvanecía al escuchar luego de la carcajada un "mami, debo ir a la puerta, es el niño del que te comenté". Yo seguía encorvado y parecía que la respiración se en contuvo en la garganta, haciéndome un nudo atado por boy scouts. Seguí en esa posición tratando de obtener más información, casi sin respirar y con la mano limpia sacudiendo el polvo de la otra mano por obra involuntaria.
Se escuchan pasos al tiempo que la puerta deja salir un chillido de suspenso. Tendría apenas un par de segundos para ponerme de pie y aparentar estar relajado y sereno. Ya era tarde, la puerta se abrió conjuntamente con un largo alarido luces interiores gritando libertad y un ángel saliendo de el ...

3 comentarios:

Hasta en el último rincón dijo...

Qué bonitoooo! Casi puedo imaginarme todo lo descrito. Me mero por saber cómo terminó ese capitulo... espero un "continuará" ok???

Mr.d dijo...

Graciassss! por supuesto, habrá un to be continue...dalo por hecho!

Bren dijo...

Si Alan termina de contar esa primera cita, recorde la serie los años maravillosos...muy bonito post :)