lunes, 22 de noviembre de 2010

Mundo ausente IV

 (IV)

La altura te otorga una ventaja: ver las cosas desde otra perspectiva, al menos desde allí todo luce más pequeño. Pero también la ineludible desventaja de soportar el calvario del soroche y sus síntomas. Y esos benditos cigarrillos ya había hecho añicos de nosotros. Apenas y respiramos; no faltaba mucho, sin embargo me sentía perecer. El esfuerzo evidente de Lucho desde arriba era cada vez más inútil, las distancias entre uno y otro no eran las correctas y nuestra postura corporal inapropiada, apenas faltaban unos metros y eso parecía no importar, simplemente llegar.
Un último resbalón del pequeño Ernesto y el jalón sintiéndose desde la soga que sostengo con ardor y tembladera es el anuncio de que por fin tocamos tierra lisa. Uno a uno bajando a como podían y Lucho con el alma entre los dientes. Reposamos sentados en nuestro sitio acomodando las cosas, embarrados y tratando de beber algo de agua que conservamos en algunas botellas. A golpe de mediodía y sin población a las afueras, un parque sin vegetación ni columpios, más estiércol de caballo, un profundo olor a frío civilizado y la pena por la cámara enterrada bajo el río.

Estábamos habituados en todas esas horas de viaje en camión y ardua caminata a contemplar el paisaje desde lo alto y lo bello que luce todo desde allí, pero desde el parque la vista seguía siendo maravillosa. Parecía que al contacto con los bloques de cemento la niebla se clarificaba y el alma regresaba al cuerpo. A todos salvo a José. Ya con algo más de aire nos pusimos de pie con las cosas atadas a las sogas y con unos troncos debajo como emulando viejas ruedas, para engañarle al terrible peso de aquellas pertenencias. José señaló con el dedo hacia el oeste.
Allí está el local comunal, y más a ladito la casa de don Eleuterio, donde se van a quedar, ya conversé con el...
y prosiguió: Esperé acá Inge— mirando a Santos voy a ver ayuda para que lleven sus cosas.
Volvimos a sentarnos limpiándonos al vuelo la ropa embarrada, las botas y sacudiendo los sombreros. El hambre era ahora una necesidad tan básica que nos devorásemos en el acto una vaca si era necesario. Santos y Lucho seguían comiéndose los cigarros y Ernesto y yo apenas y respirábamos. Esperamos presurosos el regreso de José y la ayuda. Vimos a lo lejos una especie de carretilla y dos personas a pie al costado de un caballo, o algo parecido. Nos paramos rápidamente, cogimos el equipaje y aguardamos. José nos presentó al señor que se ofreció con el vehículo, aunque no recuerdo el nombre se que no hablaba el idioma, como la mayoría en la zona, y que el quechua seguía siendo su lengua matriz, pero entendió nuestros gestos de agradecimiento. Subimos las cosas rápidamente atamos las sogas otra vez y aseguramos el cerrojo posterior, nosotros seguiríamos a pie, solo eran unos metros. En ese avance paso a paso notamos que no éramos los únicos, los pobladores en sus casas haciendo las rutinas culinarias propias de la hora, las vacas tragando pasto y algunas ovejas trasquiladas paseando por entre el fango y los gallinazos merodeando alguna presa desfalleciendo o quizás el anuncio de nuestra muerte. Una tonta reflexión de una mente falta de alimento. 
Llegamos al local comunal, era amplio y al parecer tuvo uso el día anterior, las evidencias de una festividad eran más que obvias: restos de queso tirado en el piso revolcándose con el polvo, globos reventados colgando de hilos mal atados y un terrible olor a cañaso y coca. Sin decir nada mas de lo que se pensó y que seguramente pasó por la cabeza de todos los demás al entrar a ese lugar, José tomó la palabra explicándonos que, efectivamente la noche anterior se había desarrollado la fiesta típica de Uyurpampa, es decir, su aniversario. Mientras lo hacía colocamos nuestras pertenencias en una esquina amplia encima de una enorme mesa y debajo de ella, cubrimos todo con unas mantas impermeables y cerramos el ambiente con candados hasta el día lunes que iniciemos la jornada encargada, y el motivo del peregrinaje. Ahora sin peso de impedimento y sin temor a la altura sólo había que hacer algo, llenar el instinto básico de supervivencia: comer. Y luego de eso dormir para revivir neuronas. 

Salimos del local, José y Santos fueron a ver a Don Eleuterio para las coordinaciones de la posada y la comida en tanto los demás fuimos a caminar por la zona. Ya para eso teníamos con nosotros las cosas de mayor utilidad: radios, gorros, protectores solares, lentes de sol, polares y mucho cigarro.
Los pobladores nos dan la bienvenida, las más jóvenes luciendo con orgullo los trajes típicos de la zona (krusmas y anukus, que vienen a ser como blusas y faldas respectivamente) atuendos perfectamente manufacturados. Saludando nuestro caminar con las manos en alto, interminables sonrisas y mucha gentileza, nos hablaban en ambos idiomas, los lugareños se hicieron bilingües a golpe de modernidad, por no decir obligatoriedad. Pero, aunque bilingüe, Uyurpampa, al igual que toda la serranía de Incahuasi y Cañaris es una población con altos índices de analfabetismo y pobreza. Normalmente se hacen campañas de ayuda a esta comunidad que ha recibido la espalda de todo un país. Y aunque la gente es muy gentil aún es muy apreciable la indocilidad de algunos otros pobladores, sobretodo hombres y ancianos. Algunos nos miraban con recelo e incomodidad, como recordando la invación peninsular en tierras incaicas. Los uyurpampinos llevan viva en su sangre y su lengua las raices de una cultura de la que no se avergüenzan y que deberíamos adoptar con orgullo e impetu. Eso dicen sus miradas que castigan de reojo, miradas que jalan las pestañas y agraban la melancolía.
Continuamos en silencio, estudiando nuestro nuevo hogar con algo de temor y sigilo. El camino siempre estrecho empolvando nuestros rostros cada vez que pasaba algún camión por nuestro costado y la abundante vegetación cosquilleando era típico en el andar. Miramos atrás para ver que tanto estábamos alejándonos y en realidad apenas y caminamos el equivalente a dos cuadras. Las radios suenan, Santos quiere que nos reunamos en la plaza a la brevedad. Era hora de almorzar.

3 comentarios:

Hasta en el último rincón dijo...

Sin duda, mi momento del día. Nada como seguir una historia, día a día, queriendo que continue pronto para saber qué sigue. Después de un día que el lugar de lunes, se debería haber llamado "buena mierdita" abro tu blog, y leo. Me transporto... Pero ya! Quiero saber qué pasó en ese viaje que aun no muestra la "pepa", que parece bello y misterioso a la vez.
Vamos Mr. D... prosigue.

Mr.d dijo...

Que lindo, despertar y ver los comentarios en el blog y ver uno asi como el tuyo. Que bueno que me leas a diario. Si, en realidad faltan varias partes más por publicar...paciencia

Bren dijo...

esta muy bien relatada tu historia solo dan ganar de seguir leyendo y leyendo ayer quise hacerlo pero no pude concentrarme bien ahora si al fin tengo el tiempo adecuado para dedicarle a cada post tuyo :)