lunes, 13 de diciembre de 2010

Dicen que hierba mala...

La sensación de calma regresa a mi, como el oleaje, como el viento. El miedo no se disipa, pero se redibuja, el oleo chorreado se expande y endura como la cera, pero se deja hundir. El miedo que me enfermó termina siendo mi escudo. El valor moteado a partir de la insurrección y la sensación de mentira en lágrimas con sabor a moco y hedor de batalla. Soledad de ropero, soledad de bus, soledad de callejón.
Del antiguo pavor a la sangre a la claustrofobia, de un miedo a otro. Del amor a ojos cerrados a la aversión a la sociedad. La desconfianza en mi mismo y el odio a una vida cargada de cobre y aserrín. Bañando mi procesión de espinas.
El premio puesto en la fe que no se pierde, cuando medio mundo te da la espalda, cuando nadie sabe de ti, cuando te patean en la cara, aún cuando suplicas, aún cuando lloras, aún cuando padeces.
Cuando ese odio ensordecedor de quienes dicen amar alimenta el odio a las posibilidades que insitan  las falsas verdades.
Esa vida que a partir de ahora valoraré más que mis ideales de inquisición forjados de ecuaciones de segunda oportunidad y votos de confianza.
Gracias Dios.

2 comentarios:

Hasta en el último rincón dijo...

Sin palabras... simplemente debo decirte una vez más que estamos todos en este mismo y maldito mundo que sigue girando sin importarle un rábado si alguno ya quiere parar... o quiere seguir.
Pensemos juntos también en algo bueno, realmente bueno, que el mundo nos escuche y no le quede otra más que aceptarlo. Es así.

Mr.d dijo...

Esa soledad aveces parece consumirme, creeme, pero haré todo mientras pueda para dejar atrás ese mal paso.