miércoles, 8 de diciembre de 2010

Mundo Ausente 8

Materia de discusión, Lucho y yo entendimos que era necesario hacer escala, alimentarse y del breve descanso retomar fuerzas y continuar el camino por distintas vías. Las radios llegaron a su tope de batería sin haberlo notado antes y aunque era bastante temprano, la inclemencia del clima aquel nos quitaba el mínimo de confianza.
Cerramos las puertas del vehículo con sigilo, para evitar las molestias de los lugareños expectantes al desenlace. Poco a poco fueron ingresando a sus moradas quedándose con nosotros el joven que previamente nos invitó a comer en su casa y su padre. 
Armé mi mochila con lo que creí sería material indispensable para mi eventual aventura semiespacial. Lucho ya conocía su camino de regreso y se limitó a tomar algunas botellas de agua y los radios metidos en su bolsa con sus respectivas baterías entre otras utilidades. Avanzamos presurosos para alcanzar el paso de nuestros nuevos serviciales aliados. A golpe de las 2 de la tarde el llegar a mi nuevo destino me llevaría un par de horas a pie, casi el mismo tiempo que a Lucho ir a Uyurpampa. La preocupación estaba puesta en evitar que la noche haga presa a través de las lluvias o la polvadera al auto.
Entramos. Un corral como todos los demás de la zona, muchos animales dispersos, de todos los tamaños y razas: gallinas, ovejas y patrulleros. Así le llaman en la sierra de allá a los cerditos pequeños. Parecía un ambiente festivo el de ese corral, y el bullicio ni que decir. Los ambientes de la casa, que se veían antes de entrar, eran pequeños, hechos de palo, barro y adobe. Pasamos y nos sentamos. A Lucho, el che, le costó mucho trabajo, es bastante más alto y fornido que yo y teníamos que acomodarnos en unas improvisadas bancas que no eran mas que troncos de árboles medianos y forrados con cuero de vaca. Hasta entonces la única casa que conocíamos era la de Don Eleuterio, sin dudas, de las mejores infraestructuras en todo el caserío. Y aquella casa del amable joven era sin dudas fiel a la realidad de aquel semiencantado lugar, ambientes pequeños, rústicos y herméticos.
"Pasen a la mesa para comer algo" se oyó desde la parte trasera, que parecía ser la alcoba, separado por un muro celeste de celofán. Hicimos caso sin responder, tomamos asiento, en una igual de humilde mesa de madera rodeada de troncos a manera de banquetas. Rápidamente salio el joven, vistiendo modernamente unas zapatillas blancas, limpias, llevaba aún su pollera puesta y el atuendo típico de su lugar, pero noté que se colocó un gorrito blanco que hacía juego con sus zapatillas y también se había lavado las manos y un tanto su rostro. Traía consigo un plato con mote arrebozado con carne y otro plato con queso y cachangas de maiz creo. Las puso encima de la mesa y regresó rápidamente aparentemente  traer algo más, Lucho y yo nos miramos, sin dudas eso no nos llenaría en absoluto, y valgan verdades, lucía de horror.
"Vayan probando nomás, ahorita voy" se escuchó desde adentro. Traía un par de jarritos con algo caliente y un mantel. Se sentó y  procedimos a comer. El joven volvió a pararse y se retiró del comedor un momento. En tanto yo hacía mi mayor esfuerzo por ingerir ese mote frío y duro y un desabrido queso casi rancio.
"Lucho, está de mierda esta comida, puta madre el agüita está mas rica..." dije con un tono asqueado sin notar que el muchacho alcanzó a escucharme, lo supe cuando ingresó dejando caer su mirada de nosotros, disimulando. Me sentí una mierda, no tuve el tacto ni el tono para hablar de eso en otro momento y forma. Solo se me ocurría salir de ese lugar.
Nos quedamos en silencio, era raro que ni el mismo Lucho dijera algo por lo menos para apaciguar el mal rato, el desliz aquel. El muchacho era tan noble y sencillo que aparentemente olvidó lo sucedido y entabló conversación con nosotros casi a punto de acabar la comida, nos preguntó que hacíamos en ese lugar, por qué elegimos la peor época del año para trabajar y si era la primera vez que íbamos, entre otras preguntas, a las cuales respondíamos de forma breve y aligerada. Sin dudas, queríamos abandonar el lugar tan pronto como fuese. Terminamos y agradecimos el joven que se llamaba Rogelio, nos acompañó mientras nos hacía indicaciones, sobretodo a mi, de como llegar y no perderme, incluso diciéndome que tranquilamente podía cubrir la ruta en una hora. No se si para dar aliento o por exageración, pero terminó alentándome esa aseveración.
Nos paramos a lado de la camioneta ultimamos algunas cosas más y partimos. Nos despedimos de Rogelio, totalmente avergonzados, pero el joven sin el mínimo resentimiento nos deseo suerte. A pesar de las limitaciones se le veía instruido e impresionantemente gentil.
Veía a mi compañero alejarse, la gente meterse en sus casas y yo avanzando rápidamente, acomodando el peso de mi mochila y mirando el panorama, buscando algún detalle escondido, de ese crucigrama de casuchas y quebradas, con la vergüenza todavía pegada como calcamonía en mi cara.
"Soy un imbécil, como no me dí cuenta..." me decía...

2 comentarios:

Hasta en el último rincón dijo...

Pero por lo menos probó la comida. Hubiera sido mejor que evite esos comentarios, sobretodo si se ponía a pensar que estaban en un lugar NO MUY POBLADO, Y NO CONOCIDO para ninguno de los que estaban presentes!
Este viaje parece que te presentó gente noble y de carne y hueso. No los humanoides que hoy en día "deambulan" xq no caminan, sino deambulan, por las calles sin interesarles nada más que ellos mismos.
Cómo temrinará la historia!!! Me muero por saber!!!

Bren dijo...

ay mr.d si que metiste la pata con el buen Rogelio , pero ni modo ya fueeeeeeeeeeeeee facil Rogelio en algun lugar del mundo donde este ni recuerda ese comentario tuyo...