viernes, 21 de enero de 2011

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(De "Leyenda Negra" página 2)

Sus vagos recuerdos de treinta años atrás lo llevan casi por acto involuntario al sometimiento de la culpa y el esfuerzo. 
—¡Maldito mundo!—asintió agobiado. 
Sin dudas su cólera arremetía contra si mismo, en tanto más se esforzaba, más se olvidaba de lo que intentaba recordar. Recordaba el rostro de Jenny pero no lograba enlazar una escena entre ella y el. Era como si la guerra le hubiese borrado parte del encéfalo y sus recuerdos se desparramasen a la intemperie. Más de sesenta años viviendo como una escoria y sin embargo, no podía establecer contacto con un simple recuerdo, limpio y sereno. Era como si intentase pescar en una piscina, se sentía inútil de no poder hacer algo tan simple. Más simple que acabar con una vida, las decenas de vida que se carga consigo el viejo Chaun.

El viento arremete sin clemencia y algo en ese frío atómico le trae delante de si un recuerdo, por fin uno. Jenny toca el piano en la iluminada saleta de su otrora casa en los suburbios y muy cerca por entonces el joven y lúcido Chaun preparando un suchi, el humo caudaloso de su cigarrillo y el éxtasis en sus ojos de lo que para el era comparable a una sinfónica en París perpetuarían ese recuerdo.
Jenny era una prodigio con el piano y odiaba el cigarrillo. Salvo si Chaun -a quien se obviaba, quería como a un padre- lo hacía mientras ella tocaba del piano. 
La recuerda mirando con sigilo la ventana que daba hacia el jardín lleno de jazmines que la misma Jenny mandaba a plantar, asegurándose de que el viento no filtrase por las persianas y su dorado y delicado cabello revoloteara sobre sus ojos, echando a perder el festín sonoro, tan confortable para su amado Chaun. 
—¿Deseas beber agua? —recuerda preguntar. ¿O quizás quieres bombones?
Jenny asintió con un ligero movimiento de cabeza. Deseaba no equivocarse por dar respuesta al cordial suplicio.
Recuerda besarla al llevarla a dormir situando sus dos muñecas favoritas a cada lado de la cama, amoldando las almohadas al tamaño exacto de su delicado cráneo y tapándola con las sábanas para acomodarse a su costado y contarle el cuento de siempre, el mismo de hace 3 años, Den standhaftige Tinsoldat. Chaun nunca se sintió tan dichoso. 

A su vez que ese recuerdo se esfuma en la nada, se pregunta que tuvo que pasar para convertirse en un ser rupestre y carroñero. Porqué involucionó de tal forma que hasta su alma parecía resquebrajada y negra como el ambiente hostil de la guerra de ese espacio subterráneo. Como las sombras al costado del camino augurando la noche.

La linea en el horizonte se hace parabólica y su recuerdo una vez más se pierde en ella. Pero permanece agachado, sosteniendo la muñeca. Aguardando. Como el lobo bajo la luna llena.


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2 comentarios:

Hasta en el último rincón dijo...

Pero quién era Jenny!!! Si no era su padre, quién era!

Anónimo dijo...

Jenny era la musa inspiradora del viejo Chaun? era su hija? su novia' que era...dilo yaaaaa

De donde sacas tantas palabras, tantas frases elocuentes y a la vez digeribles empleando un lenguaje sucio y elegante siendo categórico y limpio a la vez?
Ese es el aporte del que te hablaba antes, el dominio que tienes al comunicar.

Andrea!