jueves, 27 de enero de 2011

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(De "Leyenda Negra" página 3)

Se detiene donde se termina aquel largo camino de aspecto de lejano oeste, en el cual convergen otras tres de menos longitud pero todas más frías que la próxima comenzando por la que inicia de más al norte, de figura serpenteante y repleto de piedras salpicadas seguramente por los muchos camiones de transito pesado que recorrían. La del centro que era una especie de embudo pues acababa en un estrecho cuello que terminaba en un manantial que en realidad era estercolero y la que se prolongaba más al sur, más extensa en largo y ancho que las otras dos parecía nunca acabar y estaba rodeada de una niebla polvorosa y algunos solitarios y achacosos robles. El frío boreal parece congelar los quijotescos sueños y su ensimismamiento cede a la impaciencia.

Pone su mejor esfuerzo por evitar hacer ruidos al entrar a su vieja casa, ha pasado mucho tiempo. Acostumbrado a levantarse con el característico beso de buenos días de la niña dorada -siempre despierta antes que él lo haga- el sonido del chorro de agua proveniente de la ducha al final del pasillo, lo llena de curiosidad. Ese mismo deseo que lo hace levantarse y dirigirse lentamente hacia el baño. Retira de sus enormes pies sus viejas botas de color pardo, intentando ser lo más sigiloso posible.
Tan pronto ese silencio se desploma: la puerta entreabierta deja ver lo que parece ser, charcos de sangre emanando del baño. La bañera desborda tanta agua que parece limpiar la escena aquella. Miró antes de entrar por sus costados, murmurando con su propia sombra, desconfiando hasta de si mismo. Intuía lo peor, Jenny, la persona que más ama se estaba esfumando de su propia vista, sin que el y su cancerígeno cuerpo de cien kilogramos pudiera hacer algo.
Refutaba miles de cosas, mentalmente, impávido ante lo que había ocurrido, preguntándose porqué ella, porqué no el. Se unió a ese festín encarnizado, paso a paso, sintiendo la sangre filtrarse a través de sus erosionados vellos succionando su alma. Arrancando la libertad que aquella niña le dio.
Pero no había cuerpo para tanta sangre. Solo toallas y restos de papel en el piso. Eso le dio una ligera esperanza, por no decir un pretexto para buscar venganza. Se habían llevado el cuerpo de su amada Jenny en su propia cara - algo que no podía admitir- o le estarían tendiendo una trampa.  

Su sonrisa se desvanecía bajo la luz y su piel se hizo tan gélida como sus uñas. Chaun se queda mirando a la nada, desorbitado como la jauría de perros sin presa; buscando cabos por atar, lo que había olvidado producto de su ira y lo que su instinto animal le devolvería en segundos de lucidez. Lentamente se dirige a la ventanilla de la parte superior de esa bañera sin importarle desparramar más sangre, sin buscar evidencias más que siguiendo su intuición.
El rostro ojeroso, gris, devastado. El viejo rostro de la guerra había regresado. Su sed de venganza subía y bajaba rítmicamente y la sonrisa jamás le volvería al rostro. A menos que dibuje una de ellas en los rostros de sus enemigos. Cinco años alejado del submundo, una promesa que solo rompería por ella. Y el viejo Chaun, hacía las cosas a la vieja usanza, no importaría cuantos cayesen, por recuperarla, pues no es un sueño, no es un recuerdo. Lo está viviendo, nuevamente agazapado, entre la basura atómica. Aunque no diferencie entre realidad y ficción.

El mar de luna sin calma se deja escuchar desde la ventana, en la clandestinidad del amanecer [...]

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1 comentario:

Hasta en el último rincón dijo...

Cada vez se vuelve más interesante. Chaun es todo un misterio... Sigue adelante Mr.D luego lo veremos publicado! :)