miércoles, 15 de enero de 2014

Cuento sin título, por ahora

 Este debería de ser el primero, el más extenso

Cierro la puerta escondo las llaves en mi bolsillo lateral, hago un inventario mental de lo que llevo conmigo y voy tanteando el día, sin despegar mi mano del tirador de la puerta. Recorro visualmente cada casucha que podía distinguir de la vereda del frente: balcones inestables con puertas mal cerradas que me confrontan, fachadas que lucen idénticas con manchas sesgadas por la lluvia noctámbula. Un par de viejitas riegan la pista como playas privadas y un triciclo lleno de pan humeante se posa sin custodia al costado del único bar de la avenida de sombras, está cerrado. Me separo de la puerta y me echo a andar, presuroso.

Continúo mi inspección visual: letreros de neón penduleando entre telarañas y patrañas, transeúntes que cruzan sin mirar el semáforo y montones de basura como un cuadro al oleo dibujan una escalera en la avenida, a su esquina un indigente (por apariencia implícita) contempla perplejo una silueta blanca y sugerente, que con sus dilatados ojos perforan sus nalgas y las pizcas de pan remojado caen de sus dientes pútridos. Su andar trastabillante lo deja exento de mirar aún más y la bella silueta de minifalda guinda es engullida por el cruce de la siguiente calle, dejando un rastro de perfume floral que es perceptible desde mi rumbo cobardico. Olía a puta. De las putas que no lo parecen, osea de las que esconden su mirada al caminar. Era imposible no mirar sin remirarla. No al indigente encorbado, a ella. Sus piernas nacaradas, contorneadas, cortas y carnosas, el suéter a la altura de sus caderas que las arqueaba aún más y hasta el punteo de sus tacos y la curva que formaba sus tetas explotando al roce del meneo de sus brazos; las podía ver vibrando con desesperación en busca de una tregua en el escote, chocando unas a otras con total escrúpulo. Dos segundos de escena para crear un montaje con miles de posibilidades morbosas. Mi mirada deja de seguirla e imagino sus tetas resonando, como el sonido atrapado dentro del cuero del tambor. Su rostro preferí imaginarlo como el de cualquier puta pituca, esas que al mirar el dinero en la mano de un salvaje hostil, olvidan cualquier propuesta y suben al auto. Quizás valga la pena pensarlo pero no decirlo, no de ese modo. Quizás no era necesario decir pituca pues no tendría que tirar dedo en cualquier esquina, mascando un chicle por horas. Si la imaginaba con el rostro de una bella modelo o actriz le preguntaría y me preguntaría si era importante descender al infierno. La mujer se ha ido, su largo cabello negro omitió su rostro pero quizás nunca lo miré o nunca lo intenté y sin dudas no me interesó.

Trago un sorbo de saliva y el olor a oxido de las decenas de talleres mecánicos informales eluden mi intranquilidad, llenándome de preguntas incompletas que me hacen volver en mi ¿Cómo logran no cansarse martillando hora tras hora y cómo ese punzante remedo de sinfonía dantesca no quiebra sus tímpanos? Los miro con asombro y cruzo con rapidez y agobio la avenida de las sombras. Apenas y escapo de un mar de claxon que se filtra en la ciudad formando cruces en todas direcciones. Una mentada de madre me recuerda que algunos semáforos disfrutan la agonía de la puntualidad. Respondo con una puteada mental. Me detengo junto a don Cachito para ojear los titulares del día y pago por un Comercio. Don Cachito nunca rie y tampoco responde los saludos. Descanso mi mirada en la portada de un diario que llamaré "el informante", me fijo en una linea bajo la fotografía que dice que este año las exportaciones aumentarán y el nivel de educación incrementará, en fin, me fijo también en la corbata del señor presidente, de color rojo profundo sin detalles, acorralado por siluetas ennegrecidas y sonrisas postizas, franeleros que de alguna forma, me recuerdan a mi jefe. Siempre están secundados de hombres fornidos que usan el mismo modelo de lentes e incluso parecen vestir del mismo sastre. El mal gusto impera en la política. Hago un ademán de disgusto y retomo mi marcha, siempre hay tiempo para nimiedades.
Pisoteó el cigarrillo todavía con los párpados caídos y la faz de un témpano maquillado por unos lentes viejos y empañados que me acompañan. Recuerdo tener pendiente el título de mi compendio de cuentos; pensé en: "Tipos livianos" pero suena a película gansteríl, me vino a la mente también "Cuentos para lunáticos" pero suena muy, muy chiflado, y luego entendí que no hay prisa pues apenas he completado 10 ó quizás 11 cuentos de ficción.(...)

1 comentario:

Hasta en el último rincón dijo...

Poco a poco esos 10 serán 100 y a mí, sí me gustan los títulos que mencionan... me encantan! Más que nada, el de cuentos para lunáticos!
Ya quiero verlo publicado!