martes, 14 de diciembre de 2010

El ensayo de una vida perfecta

Miré la ciudad que amo tanto como sus costumbres y su limitada visión úrbica globalizada y siento como que respiro en un campo de rosas. No por su aroma exactamente. El calor de mi ciudad y el  de mi hogar son mi mejor elección para combatir una vieja enfermedad.
Mis descontinuos viajes han hecho que me olvide de algunos retoques en el barrio. Un nuevo hotel en la esquina que diez años atrás hacía las veces de arco donde literalmente rompíamos con la pelota, la madera que componían su entonces viejo portón. La tienda de Don Anibal en la otra esquina, más próxima a mi casa, con los mismos posters y anuncios, pero con golosinas más de época. El asfalto renovado, las fachadas renovadas, los niños, algunos hijos de mis antiguos compañeros de broncas jugando en las veredas.  Eso y el terrible tráfico en la avenida. El óleo de una navidad de otra esquina y de otro mes.
Mi saludo al apuro casi desde lejos a algunos vecinos, cada vez más longevos, distantes y desconocidos. Una calle colorida, pero vacía y sentenciada a la contemplación. Ese vacío que me hace comprender que, nunca me había sentido tan solo  y despreciado como ahora.

El silencio de mi llegada a casa se rompe con los ladridos del fiel Tyson, pero, en cuanto asomó su nariz por la rendija inferior de la puerta y constatar  que el hijo pródigo regresaba a casa, la desesperación en sus quejidos anunciaban tácitamente a mi madre acercarse a la puerta, la llegada de alguien muy querido. Al menos el viejo Tyson evitó que tenga que tocar aquella dura puerta de más de medio siglo.
El fastidioso perro lleno de emoción y sobresalto no me dejaba abrazar a mi madre, en aquel encuentro efusivo y poco común..
­­¿Y ese milagro hijo? Llamas sin avisar... entra, afuera hace mucho frío ...
Me dieron ganas de venir maa, ¿Cómo estás? ¿Me has extrañado? - pregunté...
Claro que si hijo, todos los días y a cada minuto- dijo sutilmente, tocando mi rostro. Le devolví la cortesía con una sonrisa. Me senté y mi madre se dirigió presurosa a la cocina, logré escuchar a la abuela gritar desde el fondo, en su habitación preguntando quien era.
Es Alan mami, ha llegado... dijo mi mamá.
Los ladridos de Tyson continuaban, su rasgueo sobre mi jean y su nariz olfateando mi mochila. Me senté en el sofá y el saltó sobre mi. El espacio entre mis piernas fue ideal para alojarse. No dejaba de pasarme su lengua en mi cuello y mentón, y el rápido movimiento de su cola dejaba escapar su pelaje con un ligero rastro de polvo. El fiel perro que está cerca de cumplir diez años, que en términos humanos implica ser un anciano. Pero se mantiene joven y activo. Salvo por sus dientes cada vez más escasos.
Desde el sofá logro apreciar que, el tiempo también ha consumido las ganas y la premura por maquillar la casa con la idea conceptual típica de estas fechas. El mismo árbol de algunos años atrás, nuevos juegos de luces y algunos muñecos de todos los tamaños. Todo en desorden, lo que significaba que mi hermano era el arquitecto de aquel festín papanuelesco. No metería mis manos en esa obra, debería ser culminada por el mismo.

Me extrañaba no ver a mi abuela salir a saludarme. Bueno, estaba en casa y eso era lo más importante. Entonces pensé en por qué de esa determinación de última hora, por qué negarme a contarles algo que me inquietaba a las dos personas más importantes de mi vida, por qué estaba tan solo y deprimido. Y por qué ese miedo nuevamente a la vida.
Casi sin tardar, al tiempo que me evaluaba a mi mismo, cavilando preguntas sin sentido y conclusiones sin forma, mi rostro formaba un signo de derrota y aflicción. Mi nariz humedeció y también mis ojos. Tyson no deja de mirar, atento al desenvolvimiento de mi cuerpo y mis gestos. Entendía perfectamente lo que me sucedía. EL tibio movimiento en vaivén de su rabo y la posición de costado de su peludo rostro lo afirmaban.
Hay hijo, ojalá pudieras abrazarme ahora mismo, pero por lo menos estás conmigo, sabes que me siento solo, por eso estás aquí ¿cierto?recuerdo decirle muy, muy bajito para no ser escuchado por nadie más, excepto el. Me corresponde con un pequeño ladrido y sus enormes ojos redondos fijos en el ir y venir de mis lágrimas, consolándome con un suave reposo de su mentón sobre mi abdomen.
La atención puesta en el noble tyson hizo que no sintiera a mi abuela tras de mi. Y yo continuaba expresando algunas otras frases más, llorando por tanto acumulado, presa de la pena y la resignación a la vez. Mi perro me ayudó a notar esa presencia, al girar su carita de mi y remover otra vez su cola.
Hijito... Yo estoy vieja, algún día me moriré, pero aún así nunca dejaré de estar contigo. No estás solo, yo te amo, tu mamá tu hermano,  y me duele todo lo que te pasa, pero es parte de la vida y debes ser fuerte y levantarte... Era la voz de mi abuela, como susurro de ángel en mi oído.
Al decirme eso, me sentí incapaz de responder y de mirar. No quería que me vea derrumbado y lloroso. Atiné solo a poner mi mano sobre mi hombro, dejando que lo tome y acaricie. Y caí en el llanto irreconcilliable y a la vez apaciguador. Mordiéndome los labios, conteniendo la respiración, evitando salir los espasmos y los chillidos. Para que no me vea.

1 comentario:

Hasta en el último rincón dijo...

No sé ni como empezar a describir el viaje que di al leer este relato. Todos los sonidos, texturas, susurros, olores, y más, fueron percibidos por mis tan cansados y estresados sentidos. Solo la lágrima que me obligaste a derramar al terminar de leerlo con me volvió a la realidad al sentirla bajar hasta mi mentón.
Tu abuela te dijo la verdad más absoluta dle mundo, no estás solo. Imposible estarlo.

Keep going... FUERZA!