martes, 7 de diciembre de 2010

Navidad, negra navidad

"Para mí la Navidad dejó de ser de oropel y de abrir regalos, a partir de hoy comenzó a formarse de recuerdos. Al principio fue decepcionante, hasta que aprendí que la memoria era una forma de aferrarse a las cosas que se aman, a las cosas que uno desea nunca perder.  En un mundo que cambia demasiado rápido lo mejor que podemos hacer los unos a los otros es desearnos feliz navidad y buena suerte".

Con una frase como la anterior trato en realidad de envolver un sentimiento perdido. A pasado mucho desde que disfruté una verdadera "feliz navidad" y mucho más tiempo para recordar cuando tuve "buena suerte". La palabra feliz es tan compleja y amorfa como la del amor, y esperar tener suerte es como pretender dormir despierto.
Recordé entonces aquella navidad de 1997. Una de las últimas con el abuelo al cual odio decir abuelo, prefiero decirle como antes, papi. Un árbol a medio armar, sin regalos, con 4 bombas viejas y escarcha mal esparcida. La teve descompuesta y un abuelo de mal humor.
De rodillas cerca al árbol. mi hermano y yo tratábamos  de simular ser unos expertos electricistas manipulando el juego de luces, echándolo a perder por nuestra travesura. La granputeada característica del viejo no se hizo esperar y las palabras de mamá alcahueteando la diablura aquella.

Las navidades previas eran de tristeza y parquedad. Y aunque esta no sería distinta, un sentimiento de esperanza nos embargaba, como vislumbrando tiempos mejores, que en aquel año parecían quiméricos. Años terribles que parecían interminables e injustos. La enfermedad del abuelo lo había entorpecido tanto, al punto de depender de mi hermano o de mí para apoyarse mientras caminaba, negándose a usar un bastón. Aquel viejo que en sus años buenos era capaz de levantar en peso de sus cuatro hijos en sus brazos, y que reía todo el tiempo, era ahora, el remedo de su sombra gracias a una enfermedad desleal. Su apego a Manuel, mi hermano menor era evidente, su mayor predisposición al juego y su curiosidad por las historias del viejo eran el aliciente de vida que necesitaba el viejo patriarca.
Sentado en la vieja silla al costado de la mesa, con un codo inclinado en ella y el otro brazo rascándose la cabeza con cabellos cada vez más escasos, su mirada divariaba entre las luces en el árbol y mi hermano saliendo correr de la escena. Desde el sofá, lo miraba con recato, buscando información que no me daría. Movió la cabeza y se puso de pie lentamente, los metatarsos le sonaban y su incomodidad se notaba en su recortada respiración. No se por qué abandoné la sala, jale la puerta a medio abrir y seguí el sonido de los cuetes allá afuera, las risas de los otros pubertos, la alegría de la navidad en la calle. Quizás salí por temor a un grito de los ya comunes de mi abuelo, quizás para no ver como se molestaba reparando las luces. Me mantuve pegado en la puerta sin salir del todo como queriendo escuchar que hacía el abuelo, guiándome por el ajetreo de sus pies y el sonar de los huesos. Luego escuché el desahogo del sillón y los pasos desde la cocina de mi abuela acercándose. Me atreví a salir y llamé a mi hermano que jugaba con otros niños de su edad. Esa amplia calle yacía llena de humo casi asfixiante y repleta de gente en sus puertas y jardines. No faltaban ni diez minutos para conmemorar una tradicional festividad que supone llenar de alegría los corazones, delineando falsas sonrisas de espejos cosidos con algodón.

Mi madre inrrumpió mi tímida reflexión, iba apurada con una fuente en sus manos y algo que parecía ser pavo, o quizás lechón. Ella aún no se había cambiado la ropa sucia que traía puesta, pero parecía no importarle, yo no recuerdo que es lo que llevaba puesto pero intuyo que no era nuevo, y seguramente lo mismo sucedía con mi hermanito. Al abrir la puerta para que entre mi mamá noté que mi abuelo abrazaba fuertemente a mi abuela, conteniendo entre sus enormes lentes y sus duras barbas unas lágrimas que se negaban a salir. Traté de disimular el cuadro dejando entrar a mamá y cerrando la puerta, pero mi hermano entró corriendo también y no me quedó más que ingresar y cerrar del todo la puerta. Un llamado familiar implícito para una reunión que aunque incompleta, no se realizaba desde hace algunos años.
Nos sentamos alrededor tratando de formar una rueda que no pudo completarse por la disposición de los muebles y la pequeñez de la sala. Por el semblante producto de la escena de hace poco, ni mi abuelo ni mi abuela tomarían la palabra previo al momento del abrazo de tradición navideña, menos mi hermano. Mi mamá me miró con dulzura dando lugar a que yo asuma esa responsabilidad, me sentía nervioso. Mi abuela tiene la capacidad de hacerme llorar si la veía hacerlo, y esa noche me costo mucho contener esa emoción. Pero lo hice.
Tomados de las manos buscaba la forma de hacer un discurso retórico, uno que diga mucho sin decir casi nada. Apenas y recuerdo que fue lo que hablé, pero fue breve, nos mantuvimos en esa posición algunos minutos en tanto la emisora radial anunciaba de forma regresiva los segundos que faltaban para aquel esperanzador abrazo de paz. Y lo hicimos todos juntos como una familia con poco o nada, en silencio y con lágrimas a borde, pero aguardando un mejor mañana. Apretando los puños y los párpados, mirando desde adentro el cielo gris.

Ojalá todas las navidades fueran felices viejo!

3 comentarios:

Vromo dijo...

hola como estas note que tienes un enlace a mi antiguo blog vromo.blogspot.com te agradeceria si cambias la descripcion a SatiraLirica.com yo a te agregue tambien a mi blogroll ..saludos!!

Hasta en el último rincón dijo...

No existe la Navidad sin recordar a los que ya no están con nosotros. Si te pone triste la fecha, no es porque recuerdas que ya no están, sino por la falta que te hacen y el profundo dolor que se siente pasar las 12 sin abrazarlos.

Bren dijo...

este post me puso los ojos "aguita" describes todo tan perfecto que es tan facil meterse en lo que cuentas imaginando todo...un abrazo mr.d :)