viernes, 19 de noviembre de 2010

Mundo ausente II

(II)

El viejo puente de palos deja caer una de las cañas mal atadas al hacer contacto con las llantas ahuecadas de aquel camión y la frenada impredecible que formaba una llamarada de polvo elevada y molestosa. El primer susto de la jornada y el aviso de nuestra llegada. Las puertas traseras abriéndose de golpe al paso que descendían los animales y los comuneros tomando sus cosas y descendiendo de el, presurosos.
El ambiente dejó de ser enrarecido para nosotros. Eramos cuatro y por cuestiones de malos manejos operativos de la empresa, la camioneta que debía transportarnos no estuvo con nosotros en el momento preestablecido. Así que ese camión sería el primero en su especie para transportarnos. Hacerse al dolor.
Todo eso supuesto, al tiempo que se esparcía el polvo de nuestro alrededor y dejaba ver la belleza escondida de ese pueblo. Un pisotón a nuestra indiferencia.

Uyurpampa era un pueblo perdido en el olvido, confundido entre los matorrales. Casi inaccesible, pero hermoso, verde y rosa con un agradable olor a flores, salvo cuando llueve. El sol resplandecía por las rendijas de las puertas de lata y el beige del algodonado pelaje de ovejas.
Un repentino toquido por mi costado llama mi atención. Y el gesto de aviso de lo otros. Era José, él sería nuestro guía. José me estrechó su mano tratando de ayudarme a bajar del camión por su costado menos alto, donde se apreciaba una vieja pero funcional escalerilla de un bloque.
Le ayudo, sosténgase fuerte— hablándome en un tono muy amable y un profundo acento serrano. Le agradecí con una ligera sonrisa. Noté entonces que el vistaso que había echado en antes al pueblo no fue breve como pensé. Santos y mis otros compañeros ya habían bajado del camión con todo los instrumentos para las labores encargadas. Yo era el último, y me sentía muy cansado. Pero era mejor bajar. 

Ya en tierra José, que ya se había presentado con todos, nos ofreció el local comunal donde nos invitarían un pequeño almuerzo. Aunque mi cuerpo pedía un baño y una siesta.
Lo que nunca nos dijo José era que teníamos que caminar con nuestras cosas -bastante pesadas- algo de dos kilómetros. En fín, no había forma de evadir nuestra realidad. Peor no podría ser. Los silbidos juguetones de Santos, el mas alegre del grupo, intentando disipar el desánimo del momento pasaron desapercibidos, se necesitaba más para mejorar nuestro semblante. 

El sendero era largo, estrecho y empinado, desafiando considerablemente nuestra anatomía poco acostumbrada a la altura y el frío. La reacción de derrotismo era inmediata. Nos detuvimos cuando apenas avanzamos unos metros y sin decirnos nada nos miramos, como buscando otras salidas para no caminar todo ese curvilíneo y largo sendero. José irrumpió diciendo No se preocupe Ing. caminen despacio con el cuerpo tirado para adelantito nomás, para que no se canse, yo voy detrás de ustedes— y en cuanto terminó de decirnos eso, parece que el cuerpo se negara rotundamente a creer en milagros. Hebert, el más viejo de todos fue el primero en soltar su pesada mochila, y casi al mismo tiempo los demás. 
Fuimos para el costado del sendero, así empezaba nuestra huelga interior. El cuerpo no daba para mucho mas que comer y dormir. Es más, hasta el hecho de hablar nos restaba energías sustanciales para después. José seguía de pie, como teniendo escondido un as bajo la manga. Su trabajo no solo consistía en guiarnos sino también en sostenernos y asistirnos antes cualquier eventualidad, en este caso, la dejadez por continuar caminando. Su actitud sospechosa tendría fundamento. 
El sonido a tamboreos rítmicos y el polvo en forma de flechas venían del extremo del sendero. Un grupo de comuneros entre caballos y yeguas, tras el pedido de José, se ofrecieron a jalarnos hasta la plaza, lo que nos dejaría a solo unos metros del local comunal. El frío seguía pelando mis labios y el ardor en mis ojos era incontrolable. No tenía la más mínima idea de lo que era subirse en un caballo, y el miedo era más que evidente, dando aliciente a las carcajadas de mis compañeros, que ya eran duchos montando y cabalgando. Nuevamente José se ofreció a darme su ayuda, a lo que esta vez me negué, indicándole quizás en tono poco amical, que suba mis pertenencias a uno de los caballos, mientras les decía a los demás que vayan despacio porque yo iría caminando. La expresión molesta de mi rostro no dejó que vuelvan a reir, accediendo a mi berrinchoso pedido.

El avance era demasiado lento, pero era eso o cargar con ciento cincuenta kilogramos por persona en las espaldas, camuflándonos entre las sombras de los árboles para engañar la luz solar y cubriéndonos el rostro para evitar que el frío los resquebraje. En menos de media hora ese sendero que parecía interminable se bifurcaba a la vista, dejando ver accesos ascendentes que retaban la física, y otro tanto al río. Y fue como que se nos hizo agua la boca. Así que el avance se hizo ligero. 

3 comentarios:

Hasta en el último rincón dijo...

Se me cerró el pecho de solo pensar en los empinados kilómetros de caminata... y yo que quería ir a Rupac! Y me cansé subiendo al mirador de Obrajillo jajaja!
Fue un viaje de trabajo o de placer??? Hasta ahora no doy con eso y tampoco noto si fue inolvidable, relajante, estresante, totalmente estresante o simplemente por conocer lugares inhóspitos que no mucho conocen?

Mr.d dijo...

bueno por temas de trabajo.Hace más de 6 años...el resto lo contará la historia escrita...

Bren dijo...

jajajajaja diossssssssssss yo tampoco soy muy amiga de los caballos me parecen lindos pero soy bien cobarde pero de ahi a caminar con el cansancio q estas describiendo o olvidarme d mi miedo y montar el caballo creeme me monto en one al caballo jajajaja odiooooooooooooo caminarrrrrrrrrrrrr sin saber cuanto mas falta para llegar :)